
Nicolás Maduro cree que su antecesor y padre político, Hugo Chávez, se le manifestó en forma de un pajarito y de una mariposa. Piensa también que adelantar, por decreto, la Navidad más de dos meses sirve para “subir el ánimo de los venezolanos”. Confunde gremlin con grinch, inventa palabras en castellano y suele incurrir en un lapsus lingüístico tras otro. Tan excéntricas pueden ser las decisiones y declaraciones del presidente de Venezuela que muchos venezolanos y latinoamericanos tienen un nombre para ellas: “maduradas”. Él, sin embargo, prueba, desde hace años, que para sus críticos puede ser un error subestimarlo.
Las burlas contra Maduro existen incluso desde antes de que asumiera la presidencia de Venezuela, en 2013, cuando era uno más en un círculo de varios nombres de potenciales sucesores del mandatario, enfermo de cáncer, pese a que había sido canciller y vicepresidente. Maduro apenas recibía un apoyo minoritario de los seguidores del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y su entorno protagonizaba, según informes, una fuerte tensión con los seguidores del influyente Diosdado Cabello, entonces presidente de la Asamblea Nacional, por ser el elegido del mandatario en un país dominado por la incertidumbre.
Pero, agobiado por la enfermedad, a comienzos de diciembre de 2012, Chávez puso fin a las contiendas internas y bendijo sin ambigüedades a Maduro para que liderara al chavismo y a Venezuela. El “hijo de Chávez” inauguró entonces un Gobierno en el que, año tras año, desafió las críticas a su sistema electoral, las protestas, las sanciones, los pedidos de captura, las posibles rebeliones, el aislamiento internacional y las especulaciones sobre su futuro.
El líder burlado por algunos es hoy el presidente que más tiempo lleva en el poder en América Latina: 12 años y siete meses. Maduro sobrevivió a los pronósticos y las mofas, pero, en el camino, Venezuela perdió millones de habitantes, el 72 % de su economía, la legitimidad democrática ante gran parte del resto del mundo y muchos de sus aliados internacionales más relevantes. El presidente venezolano dice que hoy se enfrenta a una “situación existencial”. ¿Podrá desafiar de nuevo a las predicciones y sobrevivir a la presión militar y diplomática del presidente Donald Trump?
El “hijo de Chávez”
“Si se presentara alguna circunstancia sobrevenida que a mí me inhabilite para continuar al frente de la presidencia de Venezuela, mi opinión firme como la luna llena es que, en ese escenario, que obligaría a convocar a elecciones presidenciales, ustedes elijan a Nicolás Maduro”, dijo Chávez, en diciembre de 2012, horas antes de viajar a Cuba para continuar su tratamiento. El presidente volvería a Caracas solo para morir, pero el nombre de su heredero ya estaba claro.
Maduro mismo dice que no sabe por qué Chávez lo eligió entre varios candidatos porque él nunca ambicionó “ser presidente”. “Pero él me fue preparando”, dijo poco después de la muerte de Chávez.
Hijo de sangre de un militante político de un partido tradicional de Venezuela, Maduro empezó a prepararse desde muy temprano. Como estudiante, se involucró con la Liga Socialista y, aún joven, comenzó a trabajar como conductor de autobús del Metro de Caracas. Su activismo lo convirtió en sindicalista, desde donde saltó a la política. La actividad sindical y política le permitió conocer a dos personas decisivas en su vida: Cilia Flores y Hugo Chávez.
Flores era una joven abogada y Maduro, un sindicalista en ascenso. Ella era una de las defensoras legales de Chávez, entonces ante la Justicia por el intento de golpe de Estado de 1992. Maduro lo acompañaba en la política. Ambos lo visitaban en la cárcel de Yare.
El camino de amor, política y lealtad comenzaba. Flores se convirtió en la mujer de Maduro y, eventualmente, en la primera mujer en dirigir la Asamblea Nacional y en la persona que muchos hoy ven como el “poder detrás del trono”, dijo a CNN Carmen Arteaga, doctora en Ciencia Política y profesora de la Universidad Simón Bolívar. Y él se transformó en el “hijo de Chávez”.
Los misterios del apoyo cubano
Cuando Chávez fue electo presidente, en 1999, Maduro entró a la Asamblea Nacional. A medida que el entonces presidente ganaba poder dentro y fuera de Venezuela, Maduro escalaba posiciones, primero en la Asamblea Nacional y después en el Gobierno como “un buen segundo, siempre obediente”, dice a CNN Ronal Rodríguez, investigador del Observatorio de Venezuela de la colombiana Universidad del Rosario.
“Maduro siempre fue un líder subestimado. Había muchos posibles sucesores cuando Chávez se enfermó. Pero ninguno logró lo que él: por un lado, el apoyo cubano y, por el otro, distribuir cuotas de poder en el chavismo”, dice Rodríguez.
La relación de Maduro con Cuba lleva décadas y tiene varias formas y misterios. Una de las pocas biografías no autorizadas de Maduro —“De Verde a Maduro: el sucesor de Hugo Chávez”— dice que el hoy presidente se habría instruido en política revolucionaria en la isla durante su juventud.
Ni él ni las biografías oficiales mencionan esa supuesta experiencia. Pero Maduro sí construyó con el Gobierno de Fidel y Raúl Castro, primero, y de Miguel Díaz-Canel, después, un vínculo que está entre los más necesarios de la Venezuela de hoy y que, según exfuncionarios del primer Gobierno de Trump, fue decisivo para que el presidente lograra anticipar y contener, a través de los servicios de seguridad cubanos, el levantamiento opositor de abril de 2019, entre otras cosas.
Maduro profundizó su vínculo con los Castro al asumir como canciller de Chávez en 2006, y se convirtió en una “pieza clave” en 2011, cuando el entonces presidente se enfermó y viajó a Cuba para su tratamiento. A partir de allí, fue el nexo clave de la gestión de la relación estratégica entre los Castro y el chavismo.
Esa relación le sirvió a Maduro para fortalecerse como sucesor de un Chávez que contaba con el carisma y la influencia que ninguno de sus potenciales herederos tenía. Y también para aceitar una narrativa antes perfeccionada primero por Fidel Castro y luego por el propio Chávez, ambos líderes de una parte mayoritaria de la izquierda latinoamericana: el relato antiimperialista y antiestadounidense, amplificado por las alianzas geopolíticas con históricos rivales de Estados Unidos.
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