
En medio del discurso disperso que dio el martes en la base Quantico del Cuerpo de Marines, en Virginia, el presidente Donald Trump le transmitió a cientos de mandos militares de Estados Unidos sus ideas más recientes sobre dónde deberían enfocarse ahora.
No en Polonia ni en Rumanía, ni en Estonia ni en Dinamarca, todos ellos aliados de la OTAN cuyo espacio aéreo han violado los drones rusos en el último mes en un desafío a las fronteras de la alianza.
El presidente eligió San Francisco. Chicago. Nueva York. Los Ángeles.
“Vamos a enderezar eso paso a paso, y esto va a ser un papel importante para algunas de las personas en esta sala”, dijo Trump a los generales, almirantes y líderes alistados, en referencia a lo que ha descrito como paisajes urbanos infernales llenos de crimen.
“Es una guerra desde dentro”, dijo.
En ese momento, el presidente volvió a enfrentarse a los deseos de los padres fundadores de Estados Unidos, según dicen historiadores y exlíderes militares.
La sugerencia de Trump de que “deberíamos utilizar algunas de estas ciudades peligrosas como campos de entrenamiento para nuestros militares” está en tensión con un principio básico que los servicios armados del país han tratado de preservar durante mucho tiempo: que las fuerzas armadas no deben ser partidistas.
Lea más en The New York Times