
Todos los diciembres repetimos un libreto de una obra cuyo mensaje podría ser: “Llegó fin de año, las fiestas, los regalos, los balances, el año pasó volando, no se termina más, no doy más,”.
Por Enrique De Rosa Alabaster | Infobae
Ese tiempo que pasó volando pero a la vez parece interminable, irrita, molesta y al “no doy más” se le suma en muchos casos el enojo, la ira.
Es claro que vemos un estado generalizado de cansancio, de agotamiento, al cual se suman de manera creciente las sensaciones negativas.
Todos hemos experimentado alguna situación de agotamiento, con una sensación de malestar, de enojo consecuente. Conocemos la sensación, pero ahora vemos cómo esto está instalado socialmente y de manera intensa. En este contexto una palabra: “burnout” se empieza a repetir y se volvió un alias para referirse a cansancio extremo, de hecho la traducción usada es “el síndrome de la cabeza quemada”, lo cual es toda una declaración de principios, la cabeza no solo no da más sino no funciona más.
El cuadro médico, aplicado al área clínica y a la laboral, hoy se extiende a un estado emocional, ligado al trauma, más que al desgaste, al estrés.
Eso solo ya señala una situación particular ya que independientemente de la precisión clínica, se empieza a percibir cómo algo de mayor profundidad que un cuadro de estrés y se referencia en cuadros de psicotrauma.
Pero tal vez esa etiqueta nos está tapando algo más profundo, una sociedad no sólo de gente “quemada” por el trabajo, sino un tipo especial de cansancio en el que a falta de otras herramientas para afrontarlo, se enoja y llega hasta a la violencia.
Quizás ese momento de balances en realidad reactive en el mes de diciembre toda un planteo existencial cercano a la frustración.
Otros estudios señalan que un porcentaje muy importante dice que no puede hacer otra cosa, en su vida, más que trabajar, y un informe del Observatorio de Psicología Social de la UBA, señala agotamiento emocional y falta de satisfacción con la vida.
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