Humberto García Larralde: Significado
13 Oct 2025, 22:48 8 minutos de lectura

Humberto García Larralde: Significado

Por La Patilla

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El premio Nóbel de Paz otorgado este año a María Corina Machado es de gran significación para el país. El comité del premio destaca su “incansable esfuerzo” para promover los derechos y libertades en Venezuela y favorecer una transición “justa y pacífica” de “la dictadura a la democracia”. Al motivar el premio, su presidente, Jorgen Watne Frydnes, señaló que ella encarnaba “uno de los ejemplos más extraordinarios” de coraje civil en América Latina en los últimos tiempos y “figura clave y unificadora en una oposición política que alguna vez estuvo profundamente dividida” (pero) “que encontró un terreno común en la demanda de elecciones libres y un gobierno representativo”.

La escogencia de este galardón recoge el valor, la tenacidad, firmeza y constancia de propósitos –¡hasta el final!– con que han venido luchando María Corina y los que la acompañan en lograr, por medios pacíficos, la democracia, la libertad y el respeto por los derechos que consagra la Constitución nacional. Atributos que han trascendido gracias a su innegable capacidad de liderazgo, reflejada en la toma inteligente y solvente de decisiones políticas en momentos tan difíciles como los actuales, en sintonía con las aspiraciones más sentidas de la población. Entre sus costos, tener que pasar a la clandestinidad ante la saña represiva de una dictadura dispuesta a todo para permanecer en el poder.

Al comienzo de 2024, el madurismo se ilusionaba con que su inhabilitación tramposa, el ventajismo y el abierto desconocimiento de garantías electorales harían que María Corina abogase, en protesta, por la abstención. No se hubiera evidenciado la notoria y fulminante derrota del régimen fascista. Pero no pisó el peine. Se mantuvo firme en la lucha electoral, apoyando con entusiasmo y desprendimiento al candidato Edmundo González Urrutia. Además, fue factor impulsor en la conformación de la red de apoyo –los comanditos– que fueron clave para demostrar, en detalle y con las actas en la mano, la derrota de Maduro. Asimismo, exhibió la flexibilidad suficiente para tejer las alianzas necesarias en torno la lucha contra la dictadura, una cualidad que muchos la criticaban por carecer porque anteponía sus principios a las duras “realidades” del proceso político. Sucede que esta indoblegable lealtad principista fue, quizás, lo que le abrió el apoyo de la inmensa mayoría de venezolanos, hastiada de las componendas a que entraban opositores “más pragmáticos”, para que todo siguiese igual.

En segundo lugar, el otorgamiento del premio, muy merecido, refleja que su liderazgo supo recoger, claramente, los sentimientos de cambio que abrigaba el pueblo venezolano. Es decir, su oposición firme a la dictadura, indispuesta a convalidar sus trampas y menos a someterse a las condiciones ventajistas con que busca imponerse, estaba en plena sintonía con lo que clamaba desde hace algún tiempo la inmensa mayoría del país. Un mensaje auténtico y sencillo, sin adornos retóricos, le permitió llegar directamente al corazón de millares. Así fue su llamado a conquistar condiciones para poder reunir de nuevo a las familias con el regreso de tantos emigrados a un país donde reinara la libertad y la seguridad. Se convirtió en portavoz de las esperanzas más sentidas de muchos. Y este mensaje envolvió también a quienes habían sido chavistas, desengañados ante tanto fracaso “revolucionario”, como por los atropellos cometidos en el ejercicio del poder. Por eso, a pesar de los esfuerzos por acallarla, conserva su ascendencia sobre millones de venezolanos demócratas. La honra, en atención a ello, haber reconocido que el premio fue ganado por el pueblo venezolano. Porque es menester enaltecer los esfuerzos y sacrificios de tantos, muchos de ellos hoy encarcelados o en el destierro, por compartir y entregarse de lleno a la lucha por la democracia en Venezuela.

Ahora, aplaudir lo acertado del premio no significa que se esté de acuerdo con María Corina en todo. Muchos lamentamos sus alineaciones internacionales con figuras que pudiesen representar tanto peligro para la sobrevivencia de la democracia liberal a futuro como Maduro, aunque se revistan de una narrativa distinta. Como argumenta un amigo, no se otorga el premio Nóbel de la Paz “a su trayectoria global, ni por su carrera política íntegra”. Tampoco se trata de un certificado de corrección política. Como recoge el comité respectivo, obedeció al reconocimiento de su lucha perseverante, pacífica y electoral en contra de un régimen acusado ampliamente por violar, de manera extendida, los derechos humanos, que tuvo sus momentos estelares en los comicios del 28J. ¿Por qué empañar el significado del premio insistiendo, ahora, en diferencias con quien ha sabido conquistar un claro liderazgo para el cambio democrático? Gracias a la inmensa mayoría de venezolanos de quienes ha sabido convertirse en vocera, las posibilidades de procesar provechosamente diferencias legítimas, en un ambiente de paz, libertad y convivencia democrática, habrá de llegar más pronto que tarde.

Porque no puede olvidarse que la otra entidad que motiva el otorgamiento de este galardón es el dinosaurio que, como el cuento de Monterroso, “sigue ahí”: la dictadura fascista que encabeza Nicolás Maduro. Su absoluto desinterés por la suerte y el bienestar de los venezolanos se ha traducido en un deterioro sostenido de las condiciones de vida de la población, amparado en una represión cada vez más extensa y cruel. Y es que, aunque tuviesen alguna sensibilidad para con la tragedia que toca vivir a las mayorías, ya no tiene nada que ofrecerles. La actividad económica, es decir, los medios de vida de la población, se encuentra reducida a menos de la tercera parte de la de hace doce años, los servicios públicos colapsados, la industria petrolera devastada, miles han sido perseguidos por razones políticos –todavía permanecen casi mil presos—, centenares han sido asesinados por los aparatos represivos y/o colectivos fascistas, y más de ocho millones de compatriotas se han visto obligados a abandonar a su país. Razones (en negativo) que apuntalan el sentido del esfuerzo abnegado que ha venido realizando María Corina y tantos que la han acompañado en esta lucha.

En estas circunstancias, el Premio Nóbel de la Paz cobra un innegable valor político, pues le da todavía mayor visibilidad internacional a la voluntad de lucha de los venezolanos por conquistar una vida digna en la puedan encontrar posibilidades de realizar sus aspiraciones, en ejercicio pleno de la libertad y demás derechos humanos consagrados en la constitución. Ese fue el mandato que quedó claramente expuesto, de manera pacífica pero contundente, el 28 de julio de 2024. Hoy es magnificado por el galardón otorgado a María Corina Machado.

Un premio que le recuerda al mundo la lucha justa y pacífica que libra desde hace tantos años el pueblo venezolano por la democracia y la libertad representa un enorme espaldarazo moral. Gracias, María Corina, por haber atraído la atención sobre nuestras circunstancias. Refuerza nuestra confianza en el triunfo, que ocurrirá más temprano que tarde. Contrasta con la miseria, degradación y mora total de escrúpulos de quiénes solo les queda la violencia y la represión salvaje para quedarse en el poder.

La señal está clara para quienes aún apoyan a Maduro. Se les acaba el tiempo. Negocien, mientras puedan, la transición democrática, reconociendo a Edmundo González Urrutia como presidente.

Humberto García Larralde, economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela, humgarl@gmail.com

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