Los poderosos huyen, y abandonan sin remordimiento. Realidad nauseabunda que revela la fragilidad del sistema y la naturaleza de quienes lo dirigen. El refrán, «cuando se hunde el barco, las ratas son las primeras en saltar» es hoy más vigente que nunca. Pero, desvergonzados oportunistas que juraron proteger, son los primeros en desertar -sin importar- a quienes no tuvieron opción de escapar.
Nunca creyeron en su cacareado propósito, solo buscaron satisfacer resentimientos y saciar beneficios. En política, los roedores operan bajo una lógica perversa, saquean en épocas de bonanza (privatizan ganancias) y culpan a otros en tiempos de crisis (socializan pérdidas). Ante el colapso no se despiden, desaparecen con lo robado sin insuficiencias por generaciones. Y, versados en camuflar deserciones, hablan de «exilio político» cuando en realidad es un escape. Usan el dolor ajeno como coartada y sus acciones muestran su ideología. ¡Sálvese quien pueda!
Observar el daño a cualquier país repleto de oportunidades, es entender el drama. Millones sobreviven entre la miseria ética y la ignominia moral. La élite política y económica -que alardeó sacrificio y patria- anidan en magnificencias; mientras la charlatanería revolucionaria se esfumó junto con los fondos públicos.
Sin embargo, al atravesar una crisis política, económica y social profunda, el dicho popular toma una dimensión relevante para comprender las dinámicas internas del poder y lealtades cambiantes en períodos de calamidad. Situación, que encuentra eco en el Líbano, Sri Lanka o Myanmar, demostrando patrones universales del colapso político.
El frenesí autoritario se ha conjugado en un Estado con severos problemas de legitimidad y gobernabilidad. El «barco» simboliza el proyecto político que, cuando las aguas comenzaron a inundar la nave, -perdieron apoyo internacional, la economía se desmoronó, el éxodo masivo fue incontenible- y no pocos “próceres” optaron por fugarse. Mostrando su acritud, con la sospecha del hundimiento inminente, y aprovechando el raquitismo institucional, emigran aterrados, buscando salvar lo propio a expensas del interés colectivo.
La estampida es la profundización de la crisis. La desconfianza se hace viral, la polarización se agudiza, la incapacidad de diálogo y cooperación política se vuelve crónica. La nave se queda sin tripulación dispuesta a enfrentar los desafíos y, en un clima de creciente acracia y represión, se aferran al poder mientras sectores se alejan, ¡gritando ya no más!
La metáfora invita a la reflexión sobre la responsabilidad política y social. La élite desalmada enfrenta dilemas de lealtad en la sociedad civil, movimientos políticos y actores mundiales, que observan las reacciones ante señales de abandono o defensa.
La traición, ¿es instinto o cinismo? Maquiavelo expresaría que es pragmatismo. Para los estoicos, cobardía. La verdad es más simple, el poder sin ética es solo piratería. Quienes gobiernan como depredadores -y abandonan como fugitivos- no son líderes, sino saqueadores. La crisis es adeudo de malos guías y pueblos que los toleran. Esta corresponsabilidad democrática es quizás la lección más amarga, pero también la más necesaria.
La historia ofrece ejemplos de sociedades que navegaron después del naufragio. La española post-Franco demostró cómo se antepone el interés nacional a las ambiciones personales. La Sudáfrica de Mandela ilustró el poder transformador del perdón político estratégico. La reconstrucción de Alemania mostró cómo las instituciones pueden ser el ancla de la regeneración.
La transformación comienza por redefinir el liderazgo político como servicio, no como privilegio, y una sociedad civil guardián de la democracia. El pasado debe ser procesado para no repetir patrones autoritarios. Un ejemplo de cómo la caída de un «bajel político» no es solo cuestión de coyuntura, sino el reflejo de profundas fracturas a lo interno.
Mientras las ratas abandonan el timón, los verdaderos timoneles de la reconstrucción serán la ciudadanía y líderes que elijan quedarse a pesar del costo; que construyan nuevas lealtades hacia el pueblo y sus derechos, con la valentía de navegar hacia un futuro distinto, de excelencia.
El desafío es enorme, pero con un liderazgo auténtico y la voluntad colectiva, serán reformados. No después de la estampida, sino a pesar de ella. La clave está en reconocer que cada crisis es también una oportunidad de refundación, cada naufragio una posibilidad de diseñar embarcaciones sólidas y navegantes comprometidos.
Al final, las sociedades no se salvan por la ausencia de crisis, sino por la presencia de ciudadanos dispuestos a enfrentarlas con dignidad, sabiduría y compromiso inquebrantable con el bien común. En esa decisión colectiva reside la verdadera diferencia entre hundirse o navegar hacia aguas más serenas.
@ArmandoMartini