En el cuerpo de la decadencia, existe una patología que se disfraza de pragmatismo. Cretinos oportunistas. No es el criminal común de esquina, que opera en los márgenes de la sociedad, sino de una estirpe insidiosa, más pérfida; aquella que, ostentando inteligencia para discernir entre el bien y el mal, elige consciente habitar en la penumbra ética y moral de un Estado depredador y violador de los Derechos Humanos. Son los simbiontes de la cleptocracia, que han hecho de la descomposición su ecosistema y del colapso su modelo de negocio. Su pacto no es ideológico, sino transaccional, y su lealtad no responde a una bandera, sino al balance financiero personal. Han llegado a la conclusión de que es más rentable convivir con el crimen y sus diversidades, que apostar por la libertad y la democracia.
Estos especímenes prosperan en un entorno donde las instituciones han fallado, sino que han sido deliberadamente reconfiguradas para el saqueo. En Venezuela, el Estado no es árbitro imparcial ni proveedor de bienes públicos; es agente de extracción de rentas, diseñado para transferir la riqueza de la nación a una élite tan sinvergüenza como miserable. En este sistema, la innovación, productividad y mérito son caminos hacia la frustración. La vía única hacia la prosperidad es la proximidad al poder, la habilidad para navegar en la opacidad y la disposición para participar en el despojo, en lo podrido. El cretino oportunista, por tanto, no es anomalía, sino el producto lógico de un diseño institucional perverso. Su comportamiento, aunque destructivo, es una estrategia de optimización individual adaptada a las reglas del juego.
Para estos bipolares funcionales, el ciudadano no existe en su ecuación. No creen en la fuerza cívica ni en la capacidad de una sociedad para emprender una transición responsable y pacífica. Para el cretino oportunista, la ciudadanía es un paisaje, útil como excusa, prescindible como actor.
Para justificar su complicidad, han construido una coartada, la falacia de la «ingobernabilidad». Agitan el fantasma del caos que desataría una transición democrática, presentando el orden predecible de la corrupción y la violencia como únicas formas de estabilidad posible. Pero, en realidad, lo que defienden es un sistema donde ellos conocen las tarifas del soborno y contraseñas del poder. La «ingobernabilidad» que realmente temen no es la anarquía, sino a la instauración de un Estado de derecho y el arribo de la Ley.
Su pánico no es al desorden, sino a la justicia, no a la violencia, sino a la transparencia. El «caos» que profetizan es, la inminencia de la rendición de cuentas, un evento que haría injustificable su capital político -y por eso se robaron las elecciones del 28J- y la pericia en la pudrición se volverá inútil.
Este fenómeno solo puede florecer en el vacío moral de una sociedad anómica, donde las normas que cohesionan se han desintegrado. Cuando la lucha por la supervivencia atomiza a ciudadanos y la desconfianza se convierte en el arte de las relaciones sociales, el contrato social se rompe. En ese desierto ético, el éxito del bipolar funcional envía un mensaje devastador, la honestidad es una forma de estupidez y la complicidad es la nueva inteligencia. Convirtiéndose en beneficiarios de la decadencia y en sus promotores, reglando la descomposición y acelerando la podredumbre del alma nacional.
La tragedia es que, en su afán por asegurar riqueza mal habida y groseros privilegios, sabotean la única posibilidad de un futuro de excelencia para todos. Prefieren ser los reyes de una Venezuela en ruinas a ser ciudadanos en una república funcional, libre y democrática.
Han vendido el mañana por la certeza de sus ganancias presentes. Su apuesta no es por Venezuela, sino por la perpetuación de un sistema que la devora y la corroe por dentro. Romper este pacto parasitario, exponer su falsa prudencia y nombrar su complicidad por lo que es, una traición al interés nacional, no es un acto de revancha, sino una condición indispensable para cualquier intento serio de reconstrucción. Venezuela no puede renacer mientras sea rehén de quienes se enriquecen con su agonía.
@ArmandoMartini