El mal se ha apoderado de nuestra Venezuela. La camarilla roja no se conforma con el brutal daño infligido a la nación. No se inmutan ante el saqueo de las finanzas públicas por parte de la legión de oportunistas y traficantes instalados en diversas posiciones de poder. Tampoco les importa la destrucción de toda nuestra estructura económica ni las consecuencias sociales derivadas de ese expolio: ocho o nueve millones de venezolanos dispersos por el mundo, pueblos y ciudades vacías y el colapso de las familias.
Los efectos de la aplicación de las recetas del llamado “socialismo del siglo XXI” no les genera preocupación alguna. Al principio negaron el fenómeno migratorio; luego buscaron excusas y culpables. Lo único que verdaderamente les interesa es mantenerse en el poder, y para ello recurren a todo tipo de maniobras y crímenes: desde asesinar y encarcelar adversarios hasta confiscar partidos y contratar mercenarios disfrazados de opositores. Se han aliado con el crimen organizado para garantizar más dinero y más poder.
Pero ese mal, además de cruel y destructivo, es soberbio. Sus jefes se sienten invulnerables, convencidos de que lo controlan todo. Por eso insultan, retan y desafían a cualquiera que piense distinto o tenga una visión diferente del mundo. Desde el inicio, el chavismo se declaró “antiimperialista” y “antiyanqui”. El insulto a países vecinos y a las naciones de Occidente se convirtió en su manera habitual de relacionarse con la comunidad internacional.
Cuando hablan de la “fusión cívico-policial-militar”, en realidad se refieren al aparato represivo conformado por colectivos armados, el ELN, cuerpos policiales y militares politizados y adoctrinados, con los cuales han librado una guerra abierta contra la sociedad civil. No puede haber duda de la naturaleza violenta y guerrerista de la cúpula usurpadora. Son valientes únicamente para matar, secuestrar y perseguir a la disidencia.
Ahora, luego de que se les designara como un “cartel” que amenaza la seguridad de Estados Unidos, se sienten ofendidos. No se les puede decir nada, se consideran intocables. Creen poseer la fuerza suficiente para desafiar incluso al poder de ese gran país. Así lo dejó ver Maduro el pasado lunes 11 de agosto de 2025, cuando declaró:
“Ellos atacan a Maduro, Maduro es atacado. Yo le digo a los imperialistas y a mi pueblo: no se atrevan, porque la respuesta pudiera ser el inicio del final del imperio norteamericano. Dejen quieto a quien quieto está. Yo soy un hombre de paz, pero soy un guerrero de la paz y estoy comprometido, desde más allá de mi alma, con un pueblo que jamás traicionaré, ni en esta vida ni en cien vidas que me toquen”. (https://www.elimpulso.com/2025/08/12/maduro-advierte-a-estados-unidos-que-una-agresion-podria-marcar-el-final-del-imperio-12ago//)
El poder, sin duda, enferma. Como en su momento lo proclamó su mentor Hugo Chávez, Maduro siente que puede dominar al mundo, ha perdido todo sentido de la realidad, toda noción de humildad y sencillez. La soberbia los consume: se sienten dueños del planeta, invencibles e invulnerables. Creen que así como a sangre y fuego se apropiaron de Venezuela, también pueden desafiar a otros países y hasta “precipitar el final del imperio norteamericano”.
El poder ha trastocado sus mentes y sus espíritus. Son personajes vacíos de Dios y de valores, ignorantes de la historia e incapaces de percibir la realidad del mundo en el que habitan. La enfermedad de Maduro llega a tal extremo que se permite lanzar sandeces como esta, pronunciada en su programa Con Maduro, la semana pasada: “Puedo decir, con la experiencia acumulada, que la revolución bolivariana está en su mejor momento, en un punto óptimo del trabajo por construir la patria que hemos soñado por siglos. Nosotros lo sabemos, y los malvados también lo saben. Los imperialistas, terroristas, fascistas, traidores y traidoras lo saben. La batalla está cruda y bonita”.
En medio de la tragedia que padecemos, Maduro tiene el tupe de afirmar que “estamos en el mejor momento”……“en un punto óptimo de trabajo para construir la patria…..” Solo un personaje alucinado puede hacer tamañas afirmaciones. La soberbia del mal no tiene límites. Es el signo inequívoco de un poder corrompido que, al saberse en decadencia, se refugia en la arrogancia y en la amenaza. Llegará la hora de la sensatez, la sencillez, la honestidad y la libertad.
Lunes, 18 de agosto de 2025