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Luego de los últimos anuncios del gobierno de los Estados Unidos relacionados con la operación Lanza del Sur, el usurpador Nicolás Maduro ha arreciado su campaña de amenazas contra nuestra nación. Ahora habla de una “guerra de cien años”, de una “guerra eterna” y de una “huelga general insurreccional y revolucionaria”.
Recurre al chantaje más burdo para generar presión, especialmente sobre los funcionarios públicos de todos los poderes y niveles, a quienes obliga a fotografiarse con armas largas para alimentar una guerra psicológica que solo busca infundir temor en la sociedad. Muchos de esos funcionarios, obligados y humillados, son justamente quienes más desean que termine ese trato degradante.
Es cierto que la dictadura cuenta con grupos paramilitares y mercenarios para ejecutar ataques selectivos contra ciudadanos que han participado en la lucha democrática. También mantiene redes de informantes y delatores dentro de sus estructuras clientelares y partidistas. Pero todos esos cuadros representan una minoría frente al conjunto de la sociedad venezolana, que anhela el final de esta tragedia representada por la usurpación chavista del poder.
En el momento en que Maduro sea desplazado del poder, los venezolanos sentirán alivio, y la inmensa mayoría no acompañará ninguna huelga ni empuñará armas contra sus vecinos y compatriotas. La intención perversa de la camarilla roja de provocar una guerra civil, sembrar el caos y la muerte en el país, una vez pierdan el control, no va a ocurrir.
Los grupos armados que pretendan atentar contra nuestros ciudadanos serán sometidos, desarmados y procesados. Y la mayoría de los funcionarios militares y policiales no se sumarán, llegado el momento, a una guerra contra su propia población. Esa retórica de la “guerra de cien años”, de la “resistencia armada” o de la “huelga insurreccional” no es más que el discurso desesperado de una camarilla que finalmente se ha encontrado con una fuerza superior a la estructura inmoral e ilegítima que construyeron para apoderarse de esta patria de todos.
Los venezolanos queremos recuperar la paz, la democracia y el bienestar que nos fueron arrebatados desde que el chavismo decidió tomar el camino del autoritarismo, la corrupción y el crimen. La historia de nuestro país en este siglo ofrece pruebas más que suficientes de cómo se produjo esa deriva hacia la barbarie: un pequeño grupo decidió perpetuarse en el poder y declaró la guerra a todo aquel que no aceptara su presencia ni su conducta.
Han llenado de dolor, muerte y miseria a Venezuela. Como lo ha señalado recientemente el Vaticano, Maduro representa “la oscuridad y la muerte”. Esa grave afirmación ha llevado al Papa León XIV a formular reiterados llamados a la restitución de la libertad y la paz en nuestro país. Maduro responde con un evento con pastores evangélicos, en el Palacio de Miraflores el pasado viernes 14 de noviembre. Allí habló de “paz y amor”. Luego en sus redes sociales escribió: “La nación alegre de Venezuela se une a Cristo para que reinen la Paz, el entendimiento y la concordia, no el odio ni la guerra». Una cosa son sus palabras y otra son sus hechos.
Nuestra nación y el mundo perciben a cada instante como escala la represión y la agresión permanente contra una ciudadanía inerme. Mientras la comunidad internacional le exige al dictador liberar los presos políticos, cesar el hostigamiento y permitir el retorno libre de los exiliados, su aparato represivo no cesa de secuestrar activistas, periodistas y ciudadanos que critican a cualquier funcionario.
Anoche (domingo 16 de noviembre), el presidente Trump le vuelve a ofrecer una alternativa de salida en paz al dictador al anunciar que “van a conversar” con el régimen. La posibilidad de conversar es un nuevo gesto que busca evitar la ejecución de la acción militar. Hasta este momento, en el que escribo estas letras, la cúpula madurista no ha atendido ningún llamado para acatar el mandato ciudadano del 28 de julio del 2024, ni para respetar nuestros derechos humanos, abandonando la usurpación y el crimen.
En todas las oportunidades planteadas de negociación y dialogo se ha burlado de sus interlocutores para ganar tiempo y continuar indefinidamente usurpando el poder. Ojalá y en esta oportunidad, ante el cerco militar que tienen, los señores de la camarilla criminal terminen de entender que deben someterse a la justicia, y le eviten a nuestro país una acción militar, que, sin lugar a dudas, nos arrojara daños, teniendo siempre presente que el daño mayor es la continuidad, en funciones de poder, de Maduro y su banda.
La paz solo será posible cuando estos agentes del crimen, de la violencia y de la miseria salgan o sean expulsados del poder. La Venezuela democrática que emergerá después de la derrota de este “ejército del mal” será una Venezuela de paz, convivencia civilizada, trabajo y progreso creador, donde cada ciudadano pueda vivir con dignidad.
Lunes, 17 de noviembre del 2025