
Hay personajes de personajes pero ninguno como Roñoquero y Mamblea. Nacidos en la ciudad de Maracaibo, estos nombres quedaron grabados en la sentimiento popular del estado Zulia, en Venezuela.
Aquellos dos maracaiberos Carlos Bernal Mijares y Manuel Salvador Prieto que nacieron en 1880, el primero y en 1898 el segundo, desde los años veinte del siglo pasado eran famosos por sus apodos en la población maracucha.
Estas singulares figuras Roñoquero y Mamblea del Maracaibo de ayer se hicieron famosos en la invención de cuentos y por sus anécdotas llenas de embustes y exageraciones. Dos hombres que no solo inventaron historias, sino que diseñaron una inmortalidad basada en la fantasía.
Fueron amigos inseparables, unidos por un lazo de fraternidad y una asombrosa capacidad para la ficción y la exageración.
No eran unos pícaros malintencionados ni simples fabuladores de oficio. En cualquiera de las esquinas de El Saladillo, los encuentros verdaderas competencias eran de las fábulas más impresionantes.
A menudo, los relatos eran motivos de apuestas para ver quién poseía la mayor destreza en estas lides de mentiras ingeniosas, que casi siempre era Roñoquero quien se alzaba con la victoria.
Su técnica no residía en el engaño, sino en la exageración llevada a su máxima expresión, siempre bajo un marco de jocosidad que desarmaba al más escéptico y convertía lo cotidiano en un evento extraordinario y asombroso.
Para entender el impacto de estos, hay que visualizar en nuestra imaginación sus encuentros. Si Roñoquer lanzaba una mentira, Mamblea lo secundaba. No se quedaban atrás ninguno de los dos en esa competencia para ver quién exageraba tanto la historia, más allá de los límites de lo real. Por ejemplo, Roñoquero solía asegurar con total seriedad: “una vez encontré una mata de plátanos que median cuatro metros cada uno”. Sin perder un segundo Mamblea le contestaba “¡Y yo lo que estaba era cansado, porque estaba haciendo un sartén de veinte metros para poder freír esos plátanos!”.
La anécdota, rescatada de la tradición oral y digital, son testimonios de la rapidez mental de ambos que, lejos de olvidarse y desvanecerse en el tiempo, se agigantó con el paso de los años.
Cuentan, por ejemplo, que Roñoquero aseguraba que había un frío tan intenso en un paseo por los Andes que las palabras se congelaban al salir de su boca, los testigos presentes debían recoger los “hielitos” del piso y calentarlos en una paila para poder escuchar lo que decía. En respuesta a tal hazaña, Mamblea no pestañaba un segundo al relatar su encuentro con hormigas cabezonas tan grandes que, para poder dormir, tuvo que ponerles alfombras a las patas de las hormigas para que el estruendo de sus pasos no hiciera vibrar las paredes de la casa y evitar que se desplomaran.
Eran historias fantásticas, si, pero contadas con una seriedad que rozaba lo extraordinario. Pero más allá de la risa, lo que realmente asombra es como estos relatos trascendieron su época. Lo que nació en una botica o en un tranvía de Maracaibo es patrimonio vivo hoy.
Pero la pregunta es ¿por qué siguen tan vigentes? Porque la sociedad marabina se reconoce en todas partes por su picardía. Esta trascendencia nos conecta con los valores de nuestra región.
Estos dos personajes entendieron y representaron la picardía maracucha en su máxima expresión, de allí la célebre expresión: “vos sois más embustero que Roñoquero y Mamblea”.
Al final del día, estos dos simpáticos embusteros nos dejaron una lección vital, “la verdad es necesaria para vivir, pero la fantasía es indispensable para sobrevivir”. Su legado no es una colección de falsedades, sino un monumento a la creatividad y a la chispa zuliana.
Mientras alguien, en cualquier rincón del mundo, suelte una carcajada ante un cuento “demasiado grande para ser cierto”, Roñoquero y Mamblea seguirán caminando imbatibles y eternos en la memoria colectiva de nuestro pueblo zuliano.
@angelmontielp
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