Este 24 de septiembre fue un día muy movido en todos sentidos para nuestro país. Vivimos con constantes amenazas de todo tipo, pero intentamos seguir la rutina también constante de la vida diaria.
Llovía fuerte cuando llegué a la universidad y tuve que refugiarme en el colegio, al frente. Justo a mi lado estalló durísimo un transformador. Ya creía que era un primer misil desviado que caía. Y eso que mi talante no es nervioso ni de manía persecutoria, para nada.
Luego, en el Metro, anuncia la vocera de estación -no de calle, no, esas entregan bombonas y bolsitas de comida, además de sapear- que aumentaron las tarifas. La reacción de los pasajeros era digna de grabar. Entre asombro y arrechera. Sin poderse contener los comentarios en estos tiempos de contención.
Amenazan durante varios días con más conmoción, pero internacional está vez. La nacional ya la conocemos hace varios años. Muy con-movidos. Y hay agentes evidentes con sus pasamontañas cubriendo el rostro y armas largas por todos lados. Hasta en el subterráneo y el tren. Un nervio-sismo extraño, ajeno, que ya no se nos pega, acostumbrados a cuanto evento se produzca, casi a diario.
Después tiembla duro. Se mueve la tierra duro, una y otra vez. Se sintió en todos lados, al parecer, con epicentro en occidente, cabalgó hasta llegar a estas zonas altas y montañosas del centro. La medición más precisa y creíble la hicieron en Colombia. Movidos y conmocionados. Conmovidos.
Afuera, en el agua, los barquitos, aviones y submarinos merodean. Adentro las amenazas se multiplican. El asedio del bolívar perdiendo su valor junto a las sueldos que no ajustan para nada, como si se hubieran olvidado que el pasaje se paga con lo que se cobra, y la comida que amenaza más que los del poder, con no poder comprarla más, en tiempos en los que nos sentimos acorralados por dentro y por fuera. ¿Nos tendrán así hasta el año que viene, en medio de hallacas ficticias y cañonazos no desde el Observatorio? Parece una agonía de otros prolongada. Vilo. En vilo. Nos tienen en vilo. Y todos se preguntan: ¿Hasta cuándo pues? Aquella pregunta que un caricaturista le hizo a Gómez y le costó una injusta e indeseable prisión.