En la proximidad del cuadragésimo cuarto aniversario del fallecimiento de Rómulo Betancourt, resulta oportuno reflexionar sobre la democracia venezolana nacida en 1958 que no solo significó la derrota de una dictadura militar, sino también el inicio de un proyecto de transformación social sin precedentes. En ese contexto, el pensamiento de Rómulo Betancourt se convirtió en brújula para orientar las grandes reformas que marcaron la etapa inicial de la república democrática. Tres pilares sostuvieron este crecimiento: el sindicalismo, que consolidó a la clase obrera como actor político; el agrarismo, que liquidó el latifundio e incorporó al campesinado a la vida nacional; y la educación, que sentó las bases de una ciudadanía ilustrada. Estos elementos, guiados por un ideario socialdemócrata, permiten entender cómo Venezuela pasó de la exclusión social a un proyecto de integración y modernidad.
El movimiento sindical, marginado y reprimido durante la dictadura, encontró en la democracia un espacio de consolidación. Como bien recuerda Manuel Caballero, la democracia venezolana se sostuvo en una alianza entre partidos, Estado y trabajadores organizados, reconociendo a la clase obrera como sujeto político. Fue la primera vez en nuestra historia que los trabajadores pudieron ejercer derechos sin tutela ni persecución, convirtiéndose en actores centrales de la vida nacional, como podemos recordar a José Vargas que lucho por las grandes reivindicaciones y conquistas de los trabajadores.
El campo, como segundo elemento, no quedó atrás. La Ley de Reforma Agraria de 1960 marcó un hito al liquidar el latifundio como sistema social. Diversos estudios académicos —como Political Mobilization of the Venezuelan Peasant (Harvard University Press, 1972) y otros análisis históricos recogidos en compilaciones sobre derecho y desarrollo latinoamericano— destacan que esta medida significó mucho más que la simple redistribución de tierras: representó la incorporación del campesinado al proyecto nacional, dándole acceso a la propiedad, al crédito y a la organización cooperativa. En efecto, la reforma buscaba transformar al agricultor en sujeto productivo y ciudadano pleno, integrándolo a la vida republicana.
La educación, por su parte, se convirtió en el pilar fundamental del crecimiento social. La alfabetización masiva, la expansión de escuelas y la recuperación de la autonomía universitaria sentaron las bases de una ciudadanía ilustrada. Como señala Naudy Suárez, la educación en esos años no fue un simple número de matrículas; fue un proyecto de movilidad social y de democratización del conocimiento.
Todo este proceso tuvo un hilo conductor: el ideario de Rómulo Betancourt. Su pensamiento, forjado en la lucha contra dictaduras y en el contacto con las corrientes socialdemócratas internacionales, resumía una convicción: la democracia debía tener rostro social. No bastaba con el voto; era imprescindible garantizar justicia, oportunidades y derechos concretos para trabajadores, campesinos y estudiantes.
Hoy, cuando la tentación populista ha intentado simular nacionalismo, respeto al trabajador o acceso educativo sin bases sólidas, la obra de Betancourt cobra renovada vigencia. Su visión fue la de un país moderno, con sindicatos libres, campesinos productivos y ciudadanos educados. Una democracia anclada en instituciones y no en discursos.
A cuarenta y cuatro años de la partida del gran líder Rómulo Betancourt, su ideario nos recuerda que la democracia solo se sostiene cuando se construye sobre justicia social real y no sobre espejismos. El ciudadano venezolano de hoy, al igual que el de otros tiempos, no pide privilegios, sino igualdad de oportunidades: trabajo digno, educación de calidad, seguridad en el campo y libertad para organizarse. La tarea que tenemos por delante es rescatar aquellos pilares de 1958 y actualizarlos a la Venezuela del siglo XXI. Ello significa reconstruir instituciones que protejan al trabajador, impulsar un campo productivo, garantizar una educación que forme ciudadanos críticos y abrir espacios de participación auténtica. Solo así podremos responder al anhelo profundo del pueblo venezolano: vivir en una patria con democracia plena y oportunidades para todos.
@freddyamarcano