Miguel Méndez Fabbiani: ¿Venezuela requiere bases militares multinacionales?
29 Sep 2025, 11:40 7 minutos de lectura

Miguel Méndez Fabbiani: ¿Venezuela requiere bases militares multinacionales?

Por La Patilla

Compartir noticia

La historia es maestra de la vida, decía Cicerón; y en el caso venezolano, esta maestra inexorable nos habla hoy con una voz grave y severa, exigiéndonos que nunca jamás repitamos las mismas torpezas geoestratégicas que nos condujeron a este presente de ruina, opresión y desamparo.

La prolongada tragedia nacional, esa catástrofe sociopolítica incubada por el chavismo narco-terrorista durante más de un interminable cuarto de siglo, no es un accidente fortuito, sino el producto de una combinación siniestra de factores:

El ambiguo posicionamiento geopolítico venezolano, el inexplicable perdón de los terroristas del marxismo radical en los 60tas, la rampante corrupción administrativa partidocratica, la persistente conspiración militar indetectada, el fatal indulto presidencial a los golpistas, la llegada electoral suicida de Hugo Chávez al poder, la sigilosa infiltración sistemática de agentes militares extranjeros (G2 cubano, fuerzas Kuds iraníes, inteligencia china, agentes rusos y espias coreanos), la transmutación del estado en un cartel narcotráficante, el cobijo y amparo de grupos narco terroristas (Cártel de Los Soles, FARC, ELN, Hezbolah, Tren de Aragua) en territorio venezolano y la lenta erosión del espíritu republicano de nuestras Fuerzas Armadas, otrora columna vertebral de la soberanía nacional.

Fueron estos los factores conjugados que destruyeron íntegramente el estado nación venezolano.

Hoy, en el amanecer milagroso de una muy posible restauración democrática, Venezuela enfrenta la paradoja de su supervivencia: o se convierte en un espacio geopolítico asegurado por una arquitectura militar de seguridad multinacional, o se arriesga a recaer en el mismo pantano geopolítico que ha destruido sus instituciones, su economía y su identidad.

De allí que sostenernos la necesidad histórica de solicitar, no como acto de sumisión territorial, sino como expresión de soberanía prospectiva y lúcida, la instauración de bases militares norteamericanas permanentes en suelo venezolano, bajo mandato bilateral, con una misión protectora, disuasoria y defensiva.

No es este, gesto inédito de alguna particularidad aislada, ni una extravagancia de tiempos convulsos. Las naciones exitosas que han sobrevivido a sus propios abismos infernales, lo han hecho cuando han entendido que la seguridad nacional y regional es el fundamento de su libertad presente y futura.

La Alemania Federal, tras la hecatombe de 1945, renació de sus cenizas gracias a la presencia militar aliada que desembocó en el escudo de la OTAN; Japón, después de Hiroshima y Nagasaki, convirtió la colaboración militar estadounidense en la piedra angular de su estabilidad y de su milagro económico; Corea del Sur, que era un erial devastado en 1953, se transformó rápidamente en una próspera potencia tecnológica gracias al invencible escudo disuasorio de las tropas estadounidenses acantonadas en la península.

Incluso países como Italia, España y Turquía hallaron en la permanencia de bases militares estadounidenses una garantía de estabilidad interna frente al avance del comunismo internacional durante la Guerra Fría.

Esta presencia no se trató de ocupaciones coloniales, sino de convenientes pactos estratégicos: un intercambio de seguridad existencial por cooperación territorial, un mutuo modus vivendi que permitió reconstruir la institucionalidad, evitar el resurgimiento de totalitarismos y asegurar el desarrollo económico prolongado.

En todos estos casos, la pax americana no fue un yugo, sino un providencial dique de contención contra el caos, una muralla de civilización frente a la barbarie hitleriana o comunista.

En Venezuela, tras la inminente caída del régimen chavista-madurista, por una combinación de fractura militar y operación multinacional de rescate; nos encontraremos con un país devastado que apenas balbucea su reconstitución política, militar y económica.

Las fronteras siguen abiertas como llagas por donde penetran fuerzas forajidas: el ELN controla enclaves mineros en el Arco del Orinoco, el Tren de Aragua extiende sus tentáculos desde las minas auríferas de Bolívar hasta Chile y Perú, las FARC mantienen campamentos narco-terroristas en Apure y Hezbollah opera con total impunidad en Nueva Esparta como nodos del narcotráfico y del terrorismo global.

Pretender que un Estado inicialmente frágil, con fuerzas armadas colonizadas, ideologizadas y diezmadas por el narco-terrorismo, pueda enfrentar en solitario estas amenazas globales, es un acto de candidez que raya en la más absoluta irresponsabilidad. Sería esto un suicidium politicum por omisión.

La instalación de bases militares norteamericanas permanentes, en regiones estratégicas como la Zulia, Falcón, Carabobo, Aragua, Miranda, Fuerte Tiuna, Anzoátegui, Sucre, el eje Orinoco-Apure, Amazonas y la isla de La Orchila, serviría cómo ancla estratégica de estabilidad regional.

El imbatible poderío militar norteamericano no solo tendría un efecto disuasorio inmediato frente a futuras incursiones guerrilleras y redes narco-terroristas transnacionales, sino que enviaría al mundo el mensaje inequívoco de que el hemisferio occidental no tolerará un posible retorno del genocidio chavista en Venezuela.

El chavismo no fue simplemente una ideología política: fue una maquinaria de destrucción sistemática que desmanteló alevosamente PDVSA, indujo al colapso el sistema eléctrico (Guri, Planta Centro), destruyó a drede la producción agrícola e industrial, convirtió hospitales en morgues y escuelas en ruinas.

Raúl Castro, Hugo Chávez y Nicolás Maduro nos efectuaron un esquema de Guerra Híbrida imperceptible que arrasó totalmente a nuestra Venezuela.

Permitir su resurgimiento sería condenar a tres o cuatro generaciones de venezolanos a una espiral indefinida de servidumbre, miseria, exilio y hambre.

Quien ve en esta propuesta una claudicación de soberanía desconoce absolutamente la historia: los países que pactaron alianzas militares con Estados Unidos no perdieron su independencia, sino que por el contrario la preservaron contra enemigos mucho más poderosos.

Lo que hoy necesitamos los venezolanos es una presencia militar robusta, suficiente y prolongada para consolidar las instituciones, profesionalizar las Fuerzas Armadas, reconstruir el monopolio legítimo de la fuerza y crear las condiciones de una democracia liberal blindada.

La independencia no es aislamiento: es la capacidad de decidir el propio destino y el propio rumbo.

Hoy, decidir es actuar, y actuar es invitar a nuestros aliados naturales (Estados Unidos y el bloque occidental) para asegurar que Venezuela no vuelva a ser rehén indefenso de la ideología totalitaria, comunista y genocida; ni de los grupos narco terroristas disfrazados de mercenarios verde oliva castrista, que sin piedad alguna desangran y arrasan nuestro territorio.

Historia magistra vitae est: que la historia nos sirva de guía para no errar nunca de nuevo.

Enlaces relacionados

Noticias Relacionadas