Miguel Méndez Fabbiani: El Milagro Económico Venezolano
19 Nov 2025, 11:04 17 minutos de lectura

Miguel Méndez Fabbiani: El Milagro Económico Venezolano

Por La Patilla

Compartir noticia

María Corina Machado hará un gobierno democrático liberal que transformará las relaciones económicas en (2026-2040), Venezuela. Está evolución indetenible rompe de raíz con el chavismo narcotiranico y emprende una radical transformación socioeconómica hacia un modelo democrático de libre mercado.

Como enfatizan los estudios académicos sobre transiciones post?socialistas, todos los países que adoptaron reformas estructurales rápidas lograron mayores tasas de crecimiento y menor inflación que los gradualistas. Venezuela deberá adoptar un plan de liberal gradual similar al “Liberal Therapy” de Polonia (Plan Balcerowicz), preservando la imparcialidad y eficiencia. El objetivo inmediato será estabilizar la macroeconomía: eliminar hiperinflación, liberalizar tipos de cambio y suprimir los inútiles subsidios distorsivos.

A la par, se desmantelarán controles de precios y se creará un Ministerio Independiente de Privatización que democratizará empresas públicas sin favoritismos, garantizando una verificable transparencia pública total. Estos académicos reformadores audaces lograrán una recuperación vertiginosa, con un costo social incluso inferior al de los gradualistas ralentizados. En la praxis global hay abundantes ejemplos de prestigiosos economistas y audaces ministros de economía que aplicaron la respetada escuela austríaca (Von Mises, Hayek, Rothbard, Kirzner, Huerta de Soto, Hazlitt, etc.) para transformar países quebrados en economías prósperas.

Polonia (1990), con su ministro de Economía Leszek Balcerowicz, lanzó un programa valeroso que “trataba de reducir la inflación desenfrenada (que era del 50% mensual), descontroles de precios, eliminación de escaseces” y muy pronto obtuvo un sostenido crecimiento sólido ejemplarizante. Países de Europa Central y los Bálticos (República Checa, Eslovaquia, Hungría, Estonia, Letonia, Lituania) completaron sus transiciones con mercados libres y democracia liberal; sus economías y estándares sociales superaron estadísticamente a los de los países reformadores lentos.

Por ejemplo, la renta per cápita de Estonia pasó de unos $3.933 en 1999 a $23.404 en 2019, un despliegue de prosperidad fruto de la liberalización económica. También Asia ofrece ejemplos de rescate exitoso: Corea del Sur y Taiwán, salieron de la pobreza crítica gracias a las políticas de mercado abierto similares a las liberales. Estos referentes ponen de manifiesto que, ceteris paribus, las políticas de libre competencia fomentan innovación, inversión, prosperidad, creación de empleo, ahorro y aumento del ingreso real.

Abrir el mercado cambiario (eliminar control de cambio) y tipificar una divisa sólida. Simultáneamente, instaurar un nuevo banco central que frene la impresión de dinero inorgánico y controle definitivamente la hiperinflación. Este paso exige una austeridad fiscal inicial (corte de gasto público innecesario, terminación de la impresión de dinero inorgánico).

Al reorientar los precios para que reflejen costos reales, se eliminan las escaseces crónicas y se alivia el mercado negro. Se garantiza que la eficiente “mano invisible” dirija las señales de precios, permitiendo que la oferta responda al aumento de la demanda real. Este cambio inmediato reduce la distorsión del mercado y, en conjunto detendrá la inflación desbocada y las colas masivas por bienes de primera necesidad. Asegurar el pleno Estado de derecho constitucional y los derechos económicos de propiedad privada, mediante reformas legales (nueva constitución mercantil, tribunales independientes, contra el estado de sitio marxista).

Se promulgan leyes claras de bancarrota, contratos y garantías, de modo que inversores sepan que su capital transnacional estará absolutamente protegido. Un poder judicial imparcial deviene “summa cum laude” en la economía: según estudios académicos internacionales, los países que liberalizaron rápido también construyeron instituciones fuertes (jueces independientes, tribunales de propiedad), protegiendo la inversión extranjera y nacional, derogación de írritas leyes expropiatorias, resarcimiento de confiscaciones (mediante bonos o acciones), y adopción de conceptos como “homo economicus” (la idea de un ciudadano libre buscando su bienestar legítimo) como base de la política económica.

Exposición pública de todas las empresas estatales estratégicas (petróleo, electricidad, gas telecomunicaciones, industria pesada, aerolíneas, etc.) mediante honestísimas privatizaciones competitivas o licitaciones abiertas, donde participarán tanto nacionales como extranjeros. Con reglas muy claras y vigilancia ciudadana (y mediática), se evita la concentración nociva; de hecho, diversos estudios investigativos destacan que el éxito de la privatización depende menos de la velocidad y más de la transparencia y honestidad del proceso.

En la práctica, esto significará: todas las ofertas deberán ser públicas, licitaciones transparentes en tiempo real, reguladores autónomos prohibirán adjudicaciones discrecionales. Gracias a la mejora institucional legislativa creada en el paso anterior, el ambiente será muy atractivo para capitales libres internacionales y nacionales.

Como enseña la experiencia histórica hispanoamericana, en un mercado libre aumentan la productividad, la calidad de productos, las exportaciones y los ingresos fiscales, sin necesidad de más impuestos constructivos: una reforma similar hizo a países como Chile uno de los más competitivos de la América Hispana.

Venezuela eliminará aranceles arbitrarios y barreras a la importación/exportación, el nuevo gobierno de liberación se integrará en acuerdos de libre comercio regionales y promueve la competencia internacional. Simultáneamente, su nueva legislación sobre inversión extranjera abolirá límites de propiedad extranjera y creará “ventanillas únicas” para inversiones, atrayendo billones en capital global.

En efecto, la futura liberalización de las políticas de inversión (aumento de la cuota de propiedad permitida, incentivos fiscales, eliminación de barreras burocráticas) crea un entorno económico propicio donde las multinacionales adquieren empresas desprovistas de los lastres. El resultado es un inflow masivo de FDI: transferencia tecnológica, entrenamiento laboral y expansión de infraestructuras, como constata el FMI.

Estas compañías internacionales inyectarán capital fresco (apuntalando el PIB) y pagarán muy bajos impuestos corporativos que engrosarán las arcas públicas, sin que la clase trabajadora pierda ingresos. Aunque el nuevo paradigma abrirá totalmente la economía, se implementará una regulación mínima que garantice libre competencia “on line”. No se levantará un Estado interventor diferente: al contrario, se reforzará la Comisión Nacional de Competencia para impedir cárteles, monopolios privados ilegítimos, o prácticas fraudulentas. Se defiende así el “status quo” de libre mercado abierto: una empresa es libre de competir, no de coartar a la competencia.

En materia social, se establecerán redes de seguridad focalizadas (familias en pobreza crítica) durante la transición, para asistir momentáneamente a los más vulnerables sin distorsionar las señales del libre mercado recién fundado. Con todo, los datos internacionales son claros: países con libre competencia sostenible han visto caer drásticamente sus índices de pobreza y elevarse la esperanza de vida y la escolaridad (indicadores de Desarrollo Humano), más allá de cualquier sistema socialista planificado.

El sistema liberal (escuela austríaca) sostiene que la competencia y la inversión libre generan bienestar general. Al abrir la puerta a los grandes y abundantes capitales internacionales, Venezuela se convierte en un destino apetecido: antes de la reforma, la economía estaba “cautiva” de sanciones y estatismo; en muy poco tiempo Venezuela recibirá oleadas de greenfield investments y privatizaciones que atraerán deuda corporativa convertible. Esta corriente convergente de capital, bajo un marco de reglas de juego claras, tendrá múltiples efectos positivos. Se transfieren nuevas tecnologías y procesos de alta eficiencia, impelen capacitación de los trabajadores y elevarán la recaudación fiscal.

Además, la globalización del capital diversifica los riesgos internos: según estudios norteamericanos, una sola unidad monetaria invertida en FDI genera casi la misma unidad en inversión interna. Esto dinamiza rápidamente sectores antes paralizados adrede. En definitiva, con las puertas abiertas, Venezuela dejará de ser un “mercado cautivo” y explotará su potencial vasto en petróleo, minería, agricultura y servicios.

Tanto los economistas liberalistas contemporáneos como antiguos (por ejemplo Henry Hazlitt o Milton Friedman) han coincidido en que el poder del mercado competitivo es la forma más rápida de reducir aceleradamente la pobreza y alzar el ingreso medio. En palabras de Friedman, “el libre cambio es la fuerza vital del crecimiento económico sostenible”; ceteris paribus, los trabajadores «pobres» de hoy se convierten en empresarios de mañana gracias a este providencial dinamismo.

La Venezuela liberal recién nacida luego de la intervención militar quirúrgica, cuenta con recursos en abundancia: reservas petroleras inigualables, tierras fértiles, ubicación estratégica, y una población estudiantil sagaz y emprendedora. Al incorporarse al comercio mundial e inversión global, esos recursos se utilizarán completamente. Ya en los primeros trimestres se observará un crecimiento del PIB anualizado cercano al 8?10%, de la mano de la reapertura petrolera, la reactivación de la industria y la llegada de empresas externas. Incluso organismos internacionales comentarán que economías con apertura similar suelen doblar tasas de crecimiento en 3?4 años.

A mediano plazo (5?10 años): se estima que el PIB crecerá a una tasa promedio alta (del orden del 6?8% anual), replicando la senda de los “tigres asiáticos” o Europa del Este pos-90. Esto implicaría doblar el nivel de ingreso real por persona para 2035 y cuadruplicarlo hacia 2040, superando los datos de 2015. Las exportaciones se diversificarán (petróleo, pero también químicos, alimentos, tecnología) y al posicionarse nuevamente en mercados globales, Venezuela se convertirá en un hub económico global.

La inflación, en paralelo, se ancla a dígitos muy bajos gracias a la confianza en la moneda reformada (tópico ex ante). El desempleo se reduce rápidamente, pues el sector privado nacional e internacional crea decenas de millones de empleos, desde cadenas de supermercados hasta servicios tecnológicos avanzados. Estas cifras prometedoras vendrán refrendadas por el historial comparado: por ejemplo, Polonia tardó menos de 10 años en estabilizar su economía tras su plan de 1990, alcanzando tasas de doble dígito de crecimiento interanual en ciertos años; algo similar se espera en la coyuntura venezolana pero en la mitad de ese lapso.

La erradicación del comunismo chavista marca el inicio de un auge civil democrático. El ciudadano de a pie verá cómo le sube su salario real y le bajará el costo de la canasta básica gracias a la gran competencia liberal del mercado. Se desarrollarán nuevas cadenas de valor (automotriz, farmacéutica, turística), elevando el Índice de Desarrollo Humano, la esperanza de vida, y la felicidad social. Por ejemplo, la mayoría de los países avanzados miden su progreso por PIB per cápita, acceso a servicios y ahorro interno familiar; Venezuela proyecta índices mucho mayores.

Cada familia, liberada de la insufrible necesidad básica chavista, ahorrará e invertirá en educación, cultura, y salud privada. Los empresarios comprometidos generarán riqueza sin premuras estatales; la ocupación informal tenderá a disminuir, y el ahorro nacional aumentará impulsado por el crédito financiero fluido. Históricamente, economistas liberales señalan que las sociedades económicamente libres muestran muchísima menos violencia social (desaparecen la delincuencia y las protestas por hambre), y al florecer el comercio y la cultura, reina una “alegría popular” medible.

En línea con el pasado próspero de economías liberales, pronto Venezuela se ubicará en índices globales de prosperidad en niveles de países adelantados. El ahorro familiar se recuperará (meses de ingreso ahorrado pasan de 0.5 a 5-6 meses), la tasa de empleo crecerá con estabilidad, la inversión privada como porcentaje del PIB subirá drásticamente. Tal como en Europa del Este, nuestro país entrará al umbral de ingresos medios-altos sin precedentes. Analistas creen que en una década Venezuela podría situarse en la Liga de Naciones exportadoras poderosas pero con mucho mayor aceleración que aquellas.

La doctrina liberal austriaca (Von Mises, Hayek, Rothbard, Kirzner, Huerta de Soto, Rallo, etc.) postula que el mercado libre no solo genera más riqueza, sino que beneficia más a los más pobres que cualquier Estado intervencionista. Von Mises señaló que el capitalismo liberal ha sido el primer sistema en la historia que «ha producido por el bien de los ricos, con todo, bienes cada vez mejores para los pobres», al contrario del socialismo, que los condena a la miseria eterna. Un ministro de corte liberal escuchará al pueblo empobrecido; su ideario es sacarlo de la pobreza vía empleo y educación, pues cada ciudadano es también un “homo oeconomicus” con deseos de mejorar su condición. En contraste, los demagogos marxistas (como Hugo Chávez) concentraron el poder apuntalando la economía en el clientelismo: mantuvieron la escasez (“petróleo regalado” solo a la base chavista) para controlar políticamente, empobrecer, dividir y expulsar a la sociedad. Por eso, en la era liberal cualquier pago estatal es un quid pro quo por bienestar real, no un cebo ideológico.

Este es otro de los milagros: el liberalismo se prueba más empático con el desposeído, pues entiende que la mejor política social es la plena libertad económica. Mientras Marx quería tutelar a las masas en el estatismo, los liberalistas apuestan a su empoderamiento, cada microempresario, cada cooperativa, cada start?up es la encarnación de la prosperidad popular expansiva. Así, a diferencia de la visión del neo marxista que cierra el grifo de suministros para someter al yugo estatal, un ministro liberal abrirá el flujo de la prosperidad general.

En el plano ideológico, la escuela austríaca inculca que el conocimiento sobre la economía es disperso y personal; por ende, solo la omnipresente “mano invisible” del mercado puede coordinarlo eficazmente (como advertía Hayek). Bajo este paradigma, ceteris paribus, la competencia garantizada y la empresa libre actúan como corrector de males sociales: aumenta el poder de compra de los asalariados, se reduce la informalidad y florecen programas privados de bienestar (seguro médico, educación privada) que complementan la atención social estatal. Así se disipa el “resentimiento popular rabioso e irracional”: la gente ve caminos reales de superación, no ficciones ideológicas.

Sintetizando, la Venezuela post-chavista asumirá muy seguramente un modelo austro-liberal en todos sus sectores: electricidad, telecomunicaciones, agroindustria, turismo, minería, construcción, banca y petróleo pasan a manos privadas nacionales y extranjeras. La economía recuperará su dinamismo histórico como aliado financiero de EE. UU. y socios, pero sin dependencia ideológica. Las cifras proyectadas hablan de un futuro brillante: niveles récord de IED, tasa de inversión/PIB arriba del 25%, niveles de pobreza de un dígito y sostenido crédito al consumo y a la vivienda. Incluso en un escenario prudente se alcanza la mitad de la riqueza per cápita de países desarrollados en 8 años, y en el mejor escenario se iguala.

Historias económicas semejantes avalan esta profecía: naciones que rompieron con la planificación central (al estilo liberal austriaco) como Singapur, Chile, o los bálticos, gradualmente se transformaron en economías prósperas que hoy miden su éxito en índices de abundancia (PIB per cápita, IDH, ahorro interno, índices de libertad económica) muy superiores a las regiones vecinas. Venezuela alcanzará esa cumbre: su energía será factoría de innovación (productos petroquímicos avanzados), y su puerto será entrada al continente. La vida cotidiana se transformará: la gente sentirá que “hay para todos”; la riqueza empresarial florecerá en comercios y fábricas, se erradicará la penuria, la satisfacción personal de los ciudadanos se incrementará con cada progreso material y cultural. Esta alianza de libre-mercado y valores individuales, clásica de la tradición liberal (y reivindicada hasta por economistas no austriacos como Friedman), garantizará un crecimiento sólido que durará décadas.

En suma, el liberalismo económico austro-liberal es hoy la tabla de salvación de la Venezuela postchavista. Solo el heroísmo político de María Corina Machado puede equiparse a la indiscutible eficiencia social del mercado libre. Mientras un ministro marxista se encerraba en falsos discursos demagógicos y subsidios vanos, el “ministro liberal” (ministro de privatizaciones) de nuestro futuro inmediato, se comprometerá a elevar en millones a la clase media mediante el crecimiento económico sostenible, prueba viviente de que con libertad económica y condiciones ceteris paribus el país entero prosperará.

Se cierra esta cumplible profecía optimista, con una Venezuela, desprendida de la planificación central chavista, que ya se erige en una potencia económica regional con proyección global, medible en extraordinarios indicadores de prosperidad, riqueza y felicidad para todos nuestro querido pueblo Venezolano.

Enlaces relacionados

Noticias Relacionadas