Una Nobel en la clandestinidad
Está sola, muy sola. Sobre sus hombros pesa la última posibilidad de la nación de Bolívar, Venezuela, de ser libre. Vive el exilio en su propia tierra, habita una patria sin ventanas escondida de las hienas chavistas y de su furia babosa, clandestina junto a su belleza innata, sin los brazos de su madre, sin los mimos de sus hijos, sola, muy sola, con un país que la venera y un mundo que la premia por su nobilísima paz moral. Su clandestinidad tiene luz porque su alma es luminosa.
María Corina, la premiada histórica por la paz mundial no puede ver el sol en su país natal. Ni recibir un abrazo ni un beso, está sin tacto ni sonrisa, es mito viviente en la sombra de la opresión.
El laurel de la paz le fue ofrecido, sí, pero en un jardín sin flores, en una habitación blanquísima e inundada de ideales. En soledad.
¡Oh my God!
Sé que no fui el único que se desvaneció en esa llamada amanecida que la hizo reina histórica de la Paz. ¡Oh my god! (¡O Dios mío!), pero probablemente haya sido uno de los pocos que pensó en su mamá, Corina Parisca y en su papá, Enrique Machado, cuando el anunciante noruego lloraba henchido de admiración ante la novedad. Me hubiese gustado ver a Corina y a Enrique abrazar ese momento y saludar a esa efigie de lucidez que cultivaron como hija. No pudo ser así.
Y pensé: este estandarte no es sólo de María Corina también es de sus padres, de sus hijos, de sus allegados, de su equipo de trabajo, de Venezuela. Tuyo que has luchado y resistido, que perseveras.
Ese estandarte lleva el nombre de un pueblo herido, pero digno, virtuoso, honorable, valiente y firme, como su líder, como ella.
La estirpe de la grandeza
Este Nobel de la Paz es diferente porque está vinculado a un concepto filosófico y político que reúne la paz con la libertad. Paz sin libertad es esclavitud y María Corina, de la misma estirpe de la nobleza y grandeza de Bertha von Suttner, Rigoberta Menchú, Ellen Johnson, Shirin Ebadi, Rigoberta Menchú o la Madre Teresa de Calcuta, no sólo exige paz, reclama libertad. La verdadera paz sólo florece cuando se exalta la dignidad del ser humano y de los pueblos. Ellas lo saben.
He escrito que la mejor María Corina no es la política ni la ejecutiva, es la madre. Y es ella, la tierna con firmeza, la protectora con exigencia, la pedagógica con nobleza la que ganó el Nobel: la madre.
Hoy María Corina entra en el linaje espiritual de las Juana de Arco de la civilización, su virtuosismo y firmeza reinventan la historia.
Virtud de acero y luz en la penumbra venezolana
Honestidad inquebrantable. Coherencia que no claudica ante la mentira, la extorsión o la traición. Fortaleza para resistir cuando todo se derrumba. Empatía con el oprimido y firmeza ante la injusticia. Todas esas virtudes parecen imposibles en los ambientes de un poder mafioso, corrupo y criminal, pero no, no lo son, María Corina las encarna y su equipo lo ensancha. Lo he dicho, lo repito, es uno de los espíritus más brillantes que jamás conocí. Su lucidez no conoce retirada en el firmamento oscuro de nuestro tiempo.
Mención aparte la valentía que emerge de su hondo espíritu, valentía que en tiempo de crueldad es joya fina en el armario de la desvencijada política venezolana: tan mediocre, tan criminal.
Gloria a la brava María Corina que el yugo de la mediocridad lanzó, la ley respetando, la virtud y el honor.
Paz con libertad: no es contradicción, es destino
Me gustaría abrazarla, me gustaría sostenerla entre brazos y agradecerle en voz baja, tenúe, casí imperceptible, con la humildad agrietada de años de frustración y dolor, su entrega, su desempeño, su talento. Sin gritos ni sobresaltos expresarle mi respeto reverencial, como venezolano, como ciudadano, asegurarle que soy coro en la voz de sus ideales y postulados y que la acompaño en todas, buenas o malas, sin condición acaso una: vencer.
Vencer a la tiranía, a la mentira, a la corrupción y a la traición, vencer para que la familia venezolana se vuelva a encontrar, para que ella pueda salir al sol y abrazar al mundo, que la admira.
Vencer para que el “¡Oh, my God!” del amanecer sea el de cada venezolano que regresa al país y obra para su reinvención.
María Corina brilla, no anda sola, es antorcha de la nueva Venezuela.