Tres nuevos destructores estadounidenses equipados con el avanzado sistema de misiles —el USS Gravely, el USS Jason Dunham y el USS Sampson— se dirigen a toda velocidad hacia las costas de Venezuela.
En las próximas 24 horas, estas imponentes máquinas de guerra surcarán las aguas del Caribe, enviando la señal inequívoca que la lucha contra los narcotraficantes, designados como organizaciones terroristas globales, ha entrado en una nueva fase de determinación y fuerza.
El presidente Donald Trump, con su característica audacia, ha impulsado esta operación como parte de una cruzada para desmantelar las redes de narcotráfico, como el Cártel de los Soles que dirige Nicolás Maduro y sus cómplices, han sembrado caos y desesperación en Venezuela, América Latina y más allá.
Los cárteles, con su maquinaria de violencia y corrupción, no solo trafican drogas; trafican miedo, se aferran al poder por la fuerza, destruyen comunidades y desafían la soberanía de las naciones.
Este despliegue naval no es una maniobra militar, es una acción de rechazo, un apoyo a pueblos como el de Venezuela que lucha por su libertad, es un recordatorio de que el poder de la justicia puede y debe prevalecer.
Los destructores, con su tecnología de punta y su presencia imponente, no solo representan la fuerza militar de una superpotencia, sino la esperanza de millones que han sufrido bajo el yugo de esta narcodictadura.
Cada misil guiado, cada radar activo, es un símbolo de la determinación de un país que dice «basta», con el apoyo decidido de la comunidad internacional.
Basta de violencia, basta de impunidad, basta de permitir que el crimen organizado dicte el destino de regiones enteras.
Entre tanto la población venezolana continúa organizándose de manera silenciosa para ser la vanguardia de la operación que producirá el cambio genuino que tanto exige y necesita el país.
