
La discusión política venezolana reciente ha tendido a empañar, por desconocimiento o por manipulación deliberada, el sentido original de la socialdemocracia que se desarrolló en el país durante el siglo XX. Buena parte del imaginario colectivo asocia esta corriente a prácticas clientelares, corrupción o estancamiento, sin distinguir entre el proyecto doctrinario que le dio vida y las deformaciones que surgieron con el tiempo. Por ello resulta necesario volver a las fuentes, comprender su origen y reconocer que la socialdemocracia venezolana la nuestra, hecha aquí, con nuestras dinámicas y contradicciones fue uno de los intentos más ambiciosos que ha tenido la región de crear una democracia estable, inclusiva y modernizadora.
Los estudios sobre los orígenes de la izquierda criolla, como aquel conocido libro de Arturo Sosa A, sobre el tránsito del garibaldismo estudiantil hacia una izquierda nacional adaptada a la realidad local, muestran que la socialdemocracia venezolana no surgió como copia de modelos europeos ni como doctrina rígida importada. Surgió de un proceso político profundamente nuestro. Las primeras generaciones opositoras a la dictadura gomecista estaban animadas por impulsos románticos, heroicos, casi épicos: una juventud que veía en el sacrificio personal y en la acción directa la vía para redimir a una nación sometida. Ese fervor, según se ha analizado, sirvió como puente emocional para abrirse a nuevas ideas, pero carecía de la estructura intelectual necesaria para construir un proyecto de país.
Será después, con la experiencia del exilio y con la lectura crítica de las tensiones sociales, cuando figuras como Rómulo Betancourt comenzaran a reelaborar un pensamiento político más sólido. En “Venezuela, política y petróleo”, obra donde él mismo revisa la formación de su mirada política, se observa cómo el contacto con el marxismo, el antiimperialismo latinoamericano y el análisis de la renta petrolera condujeron a una conclusión decisiva: Venezuela no era un país para revoluciones calcadas de Europa ni para experimentos autoritarios disfrazados de justicia social. La estructura económica, la composición demográfica y la identidad cultural exigían otra cosa: una izquierda democrática, nacional, pluralista y capaz de modernizar al Estado sin destruirlo.
Así nació lo que podríamos llamar la socialdemocracia criolla: una corriente profundamente vinculada a la idea de ciudadanía, a la ampliación de derechos y a la construcción institucional. Fue un proyecto que intentó unir justicia social y democracia representativa, reforma del Estado y defensa del pluralismo, nacionalismo democrático y apertura cultural. No era un socialismo revolucionario ni un estatismo férreo, sino la convicción de que un país atrasado, desigual y petrolero solamente podía transformarse de manera gradual mediante instituciones fuertes y participación ciudadana.
Muchos de los cambios sociales más importantes del siglo XX venezolano la expansión educativa, mejoras en el sistema de salud, la urbanización acelerada, la construcción de infraestructura, la consolidación del voto universal, entre otras cosas de mucha trascendencia en el país estuvieron asociados directa o indirectamente a esta visión. Y aunque ese proyecto sufrió desgaste, distorsiones y errores, su aporte estructural es innegable: fue el marco político que hizo posible la etapa más larga de estabilidad democrática en un siglo dominado por golpes, caudillos y autoritarismos.
El régimen actual dedicó dos décadas a erosionar deliberadamente esa memoria. La narrativa hegemónica y la antipolítica de algunos otros sectores, construyó un relato donde la socialdemocracia era sinónimo de corrupción y traición, ocultando que fue precisamente ese modelo democrático el que garantizó libertad de expresión, movilidad social, sindicatos autónomos y estabilidad institucional. Esa campaña de desprestigio caló, especialmente en los más jóvenes, quienes crecieron escuchando que antes todo estaba podrido, sin herramientas para distinguir entre proyecto doctrinario y errores humanos.
Por ello es necesario reivindicar la discusión: la socialdemocracia venezolana no es un cadáver histórico, sino un conjunto de ideas que merece ser actualizado. Hoy, frente a sociedades más urbanas, digitales, precarizadas y fragmentadas, el desafío consiste en repensar un modelo que preserve su esencia democracia plural, justicia social, Estado eficiente, economía productiva y la adapte a los nuevos tiempos. Lo que podríamos llamar una socialdemocracia criolla 2.0, capaz de dialogar con las exigencias contemporáneas: innovación, instituciones abiertas, protección social inteligente, descentralización efectiva y nuevos pactos sobre la renta nacional.
El camino para renovar el proyecto comienza por recuperar su sentido original, desmontar prejuicios instalados y reconocer que una modernización democrática del país solo será viable si se revisitan las mejores tradiciones políticas de nuestra historia. Y pocas tradiciones son tan nuestras y al mismo tiempo tan modernas como aquella socialdemocracia criolla que transformó un país rural en una sociedad con aspiraciones ciudadanas. Su reinvención es no solo posible, sino necesaria.
@freddyamarcano