Emmanuel Macron fue reelegido para un segundo período en la segunda vuelta de la elección presidencial en abril de 2022. Su triunfo se produjo frente a Marine Le Pen, por un amplio margen. Poco después, en las elecciones para la Asamblea Nacional en junio de ese mismo año, Renacimiento, el partido de Macron, aunque triunfó, no obtuvo la mayoría parlamentaria. Para formar gobierno, tuvo que aliarse con otras agrupaciones, entre ellas, el partido conservador Los Republicanos.
Desde 2022, el presidente Macron ha nombrado cinco primeros ministros. En el último año se ha visto obligado a designar a tres. El más reciente, Sébastien Lecornu, duró menos de un mes en el cargo. Los opositores de Macron le han impedido formar Gobierno. La nuez de la discordia reside en el presupuesto nacional, concebido por el Ejecutivo para reducir el gasto público, especialmente el destinado a financiar el gasto social y mantener el Estado de Bienestar. El déficit, según el Presidente, es insostenible. Alcanza 116% del PIB.
Alrededor de ese tema se han agrupado los adversarios del mandatario, quienes cubren un espectro que va desde la izquierda radical hasta la ultraderecha. El propósito de ese abigarrado conjunto de organizaciones es obligar a Macron a convocar comicios nacionales adelantados. La nueva elección presidencial está prevista para 2027. Demasiado tiempo, dicen sus rivales. La única manera de zanjar la crisis es mediante el llamado a una consulta anticipada. De acuerdo con sus detractores, Macron carece de representación para sostenerse en el cargo de Presidente. Perdió por un largo trecho en las elecciones legislativas de 2024. A partir de ese momento se desató la jauría. En la actualidad, la popularidad de Macron ha menguando de forma considerable: apenas cuenta con algo más de 16% del electorado.
En las condiciones de Europa, la precaria situación política del presidente Macron representa un ser obstáculo para Francia. La debilita para negociar dentro de la Unión Europea, en circunstancias en las cuales Donald Trump intenta reconfigurar el mapa mundial, Europa requiere mantenerse cohesionada frente a los continuos ataques y amenazas de Vladímir Putin, y China viene desarrollando sin pausa un coherente plan de expansión planetaria.
Pareciera que los primeros ministros y gabinetes que proponga de aquí en adelante Macron, estarán condenados a encallar. La derecha y la izquierda, en todos sus matices, no lucen interesados en darle una tregua al gobernante francés. Están cobrándole su negativa a someterse al principio de las mayorías, que rige en sistemas semipresidencialista como el francés.
El drama vivido durante los últimos tres años debe preocuparles a todos los demócratas del mundo, no solo a los franceses. Episodios como el que vive Francia se encuentran entre las razones fundamentales que esgrimen los enemigos del sistema democrático representativo y la democracia liberal, para descalificarla y hablar de ella como un modelo decadente, que conduce de forma inevitable a la inestabilidad y el desorden, fomenta la desconfianza e impide formular y alcanzar planes estratégicos de largo plazo. A partir de ese razonamiento, o se suprimen totalmente las elecciones competitivas, transparentes y equitativas, como en China y sus satélites, donde impera un régimen de partido único; o se organizan elecciones amañadas, con el único propósito de darle un barniz democrático a esquemas monolíticos donde no existe competencia real entre las fuerzas que concurren a los procesos de consulta electoral. Los casos abundan. Rusia y Turquía son algunos de los ejemplos más prominentes, no los únicos.
Los demócratas franceses deberían recordar que la incertidumbre, desconfianza y caos económico que acompañaron la debilidad de las instituciones alemanas durante la República de Weimar, crearon ese engendro que fue el nazismo. Algo similar había ocurrido en Italia antes de que Benito Mussolini se convirtiera en el caudillo que impulsó el fascismo y estableció el régimen de terror que se entronizó en esa sociedad por más de dos décadas.
La derecha francesa ha crecido y se ha fortalecido de forma peligrosa. Hoy constituye casi un tercio del electorado. La xenofobia, el antieuropeísmo, el supremacismo racista, el desprecio por los derechos humanos y la democracia liberal, son algunas de las banderas que enarbola. Antes sentían algún recato al expresar sus opiniones. Ahora están envalentonados y hablan de esos temas con desparpajo. Marine Le Pen no oculta sus simpatías por Putin y su incomodidad con el gobierno de la UE instalado en Bruselas.
Es lamentable que Francia, cuna de la democracia moderna, donde nació el concepto de ciudadano, y de las nociones de liberad y fraternidad, esté caminando por un desfiladero.
Su inestabilidad representa un pésimo ejemplo para la democracia mundial. Esperemos que sus élites corrijan.
@trinomarquezc