El 24 de febrero de 2022, Rusia inició la invasión a gran escala de Ucrania, una agresión criminal que contraviene flagrantemente el derecho internacional. Tan es así que el presidente Vladímir Putin evitó la declaración formal de guerra, refiriéndose a ella como una «operación militar especial».
Un aspecto clave en el preludio del conflicto fue la actitud del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, quien mantuvo la calma hasta el momento mismo de la invasión. A pesar de que las agencias de inteligencia occidentales, incluyendo las de Francia y Estados Unidos, detectaron un alarmante y masivo movimiento de tropas rusas hacia la frontera, Zelenski se opuso al alarmismo. Cuando Estados Unidos evacuó a las familias de su personal diplomático, el presidente ucraniano catalogó esa medida como «excesiva». A solo días de la invasión, el 28 de enero, Zelenski declaró a la prensa: «Ucrania no es el Titanic», desestimando el riesgo inminente.
¿Por qué esa aparente tranquilidad? La razón es estratégica: el miedo paraliza. Si el gobierno ucraniano hubiera declarado un estado de conmoción, la economía se habría detenido en seco, la confianza en la moneda nacional se habría desplomado y el pánico habría desmovilizado a la población, todo esto antes de que un solo misil cayera.
Una guerra se pierde primero en la mente. El enemigo, por muy superior que sea (como lo es Rusia frente a Ucrania), gana una victoria psicológica si logra que la nación víctima se autodestruya a través del temor. Declarar una alarma máxima, mostrar a civiles armándose o suspender la actividad económica por una amenaza que aún no se materializa en el terreno, solo sirve a los intereses del agresor. Por tanto, la calma de Zelenski fue un movimiento calculado para neutralizar el objetivo de la guerra psicológica rusa.
La respuesta de Ucrania después del 24 de febrero ofreció otra lección fundamental: la autosuficiencia en seguridad. Una vez iniciada la invasión, Zelenski cambió su traje de saco y corbata por ropa militar. En ese momento crucial, varios países occidentales le ofrecieron una vía de escape al exilio, pero su respuesta fue icónica: «Necesito munición, no un aventón». Esta firmeza movilizó a la nación, detuvo el rápido avance ruso hacia Kiev y obligó al Kremlin a una guerra de desgaste que lleva más de tres años, frustrando la arrogante idea de Putin de una victoria rápida.
La lección histórica es clara: un país soberano no puede confiar su seguridad y defensa a terceros. Ya Maquiavelo lo advirtió hace siglos afirmando que sólo la propia fuerza es garantía real de la supervivencia nacional. A la hora de la chiquita, los aliados ofrecen apoyo y solidaridad pero no soldados.
¿Qué podemos aprender de la experiencia Ucraniana? Pues fíjense, un operativo antidrogas, en aguas internacionales, que en principio no supone ningún riesgo para la integridad territorial, hizo al gobierno de facto declarar estado de conmoción exterior y generó una movilización militar especial. ¿Eso transmite calma a la población? ¿Serenidad a los actores económicos? ¿Confianza en el futuro?. Por otra parte, ¿De qué sirvió el acercamiento diplomático sui generis con potencias extracontinentales como Rusia, China o Irán? ¿No dizque ese mundo “multipolar” permitiría que se nos defendiera de una agresión imperialista?. Estos temas requieren meditación y reflexión, no gritos ni consignas, la seguridad de la nación es tan importante que es un deber de todos los ciudadanos opinar al respecto.
Julio Castellanos / @rockypolitica / jcclozada@gmail.com