«La mayor gloria no es no caer nunca, sino levantarse siempre”.
Nelson Mandela
¿Mijo cuánto cuesta eso?, ¿decime cuánto tenéis?. Dos palabras que a diario cruzan el diálogo entre vendedor y comprador que eleva el tono de la sobrevivencia de la gente en cualquier lugar del país, acorralada, golpeada y contra la pared, víctima de una economía enferma que nos enfrenta con una realidad que sube como la espuma tal como sucede cada amanecer con la incertidumbre del costo del dólar.
Sin ser _tirios ni troyanos_ a los venezolanos a diario ya no nos sorprende el diálogo de una realidad que nos obliga a conseguir ingresos extras, alternos, adicionales, matando algún «tigrito» que en expresión coloquial significa «rebuscarse» para poder apertrecharnos, abastecernos y tener lo mínimo y elemental para sobrevivir.
Tener comida en la despensa, la nevera, pagar en la farmacia, panadería, pasajes, servicios públicos o al bodeguero nos enfrenta a la cruda verdad del disminuido recurso disponible que podemos tener cada vez que sale el Sol.
También le sucede a la mayoría de la gente del país, especialmente, a las amas de casa llenas de ansiedad, agotadas y cansadas de hacer milagros para estirar el presupuesto familiar en una carrera que la inflación saca extrema ventaja, sin importar cual sea el bien de consumo que estemos requiriendo en el hogar.
El sueldo o salario de ley de 130 bolívares mensuales no alcanza ni le llega cerca al costoso referencial del dólar. Por allí pasó hace rato y su tamaño –decimos en el Zulia– está «mollejúo» y creciendo. Quien lo padece o sufre sabe de lo que hablamos. No hay necesidad, por ejemplo, preguntárselo a un pensionado o jubilado para saber lo agrio de ese trago.
Su cada vez más elevado costo, –este lunes cerró a Bs. 197, 24– nos golpea duro, demasiado, no tratándose de una lotería a la inversa que significaría ganarnos un dinero extra, cuando jugamos esperanzados a salir de la pobreza, sino que lo que buscamos es que _no nos agarre el chingo ni tampoco el sin nariz._
En época más joven no olvido el símil que escuchaba cuando ante la inflación y el alto costo de la vida, algunas personas decían que eso era comparable al acceso a un edificio. Los sueldos y salarios subían por la escalera, mientras que los precios de artículos de primera necesidad y servicios lo hacían por el ascensor.
Es la cruda verdad que padecemos, donde por igual la inercia, desinterés o el voltear la vista a otro lado de los responsables que pudieron haber evitado el problema o corregirlo a tiempo, tampoco significa creer seriamente y a ciegas en «proclamadores» y «discurseros» que desde la distancia piden más «sacrificio» a los venezolanos.
Crear expectativas inciertas, dudosas e imprecisas de una solución a cargo de la administración de Mr. Donald Trump y sus _marines_ estacionados en aguas del Mar Caribe, oxigena a esos mismos «próceres», únicos responsables de errores políticos que han contribuido a lo largo de los años a consolidar sus propias equivocaciones, desaciertos y disparates.
Estoy entre quienes creen que muchos de esos «libertadores» están más interesados en que «nada cambie para que no cambie nada». No hay que olvidar que el protagonismo de «próceres» y «libertarios» de las redes sociales, –dentro o fuera del país–, llamando a bloqueos, invasiones o sanciones económicas ha contribuido a la destrucción de la economía venezolana.
No es lo mismo ni se escribe igual estar dentro o fuera del país para palpar, sentir o bregar con una situación económica que cada día pulveriza el presupuesto de la familia, que golpea el estómago o que niega una mejor calidad de vida.
Es verdad que millones decidieron migrar a cualquier rincón del mundo buscando proteger a su familia, pero, paradójicamente, hoy el _mismo musiú con diferente cachimba_ que azuza, amaga, amenaza, mete miedo y estresa a la familia venezolana, está a punto de regresar a miles de connacionales al decidir eliminar el Estatus de Protección Temporal, TPS. ¡Amanecerá y Veremos!
José Aranguibel Carrasco
CNP-5.003
Caricatura: Feyo
Martes 14/10/2.025