
Hay países que parecen tocar fondo, exhaustos por el despotismo y la depredación, cansados de falsos diálogos y de probados fraudes, arruinados en lo económico y social, asqueados de la ostentosa corrupción multicolor, saturados de la malevola propaganda del poder; y así y todo en las honduras del abismo, también puede surgir una fuerza poderosa que busque un cambio de raíz, a pesar de todos los pesares.
Cuando esas fuerzas expresan la soberanía nacional a través de la voluntad del pueblo, y no sólo no son reconocidas por el poder establecido, sino que son perseguidas sin piedad por las malas o las peores, es muy posible que algunos bajen las banderas y se acomoden a la tiranía. Pero también es posible que para muchos eso no ocurra, y más bien la energía social del cambio permanezca latente a la espera de una oportunidad positiva.
El abismo no necesariamente es el fin. A veces es la situación que logra impulsar las reservas y anhelos hacia una realidad distinta, en la que la esclavitud general (y no le quito una letra) se libere de las cadenas opresivas, y comience a subir la cuesta del abismo, hasta llegar a esa superficie donde se pueda vislumbrar un horizonte de justicia, libertad, democracia y paz.
No se debe subestimar la esperanza que surge del abismo.