Entre la crítica política y la necesidad histórica, por @ArmandoMartini
29 Sep 2025, 11:45 7 minutos de lectura

Entre la crítica política y la necesidad histórica, por @ArmandoMartini

Por Opinion

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El desvelo sobre gobernabilidad post-transición con frecuencia invierte la relación causal entre legitimidad y estabilidad. La gobernanza democrática se fundamenta en la licitud popular, no en complacer dictaduras o preservar estructuras disfuncionales.

María Corina Machado encarna una paradoja que revela distorsiones del momento político: ¿cómo un liderazgo con legitimidad democrática abrumadora provoca inquietudes sobre gobernabilidad precisamente en sectores que han operado bajo el desajuste institucional?

El contrasentido no reside en una supuesta tensión entre legitimidad y estabilidad, sino en que la perspectiva de gobernanza democrática real sea percibida como amenaza por quienes han naturalizado la crisis como normalidad. Las «inquietudes» no emergen de deficiencias del liderazgo, sino de la incomodidad que genera la posibilidad de que Venezuela funcione bajo criterios de legalidad, transparencia y rendición de cuentas.

El contraste entre los éxitos inequívocos de María Corina y fracasos sistemáticos de otros plantea interrogantes: ¿es la firmeza democrática compatible con la construcción de amplios consensos? ¿Puede la legitimidad popular traducirse en gobernabilidad efectiva? ¿Son las críticas expresiones de desafíos reales o resistencias al cambio disfrazadas de ansiedades técnicas?

La capacidad para transferir respaldo popular a Edmundo González Urrutia demuestra un liderazgo político que Venezuela no había visto ni conocido. La construcción de plataformas para la verificación ciudadana de las actas electorales representa una evolución cualitativa en la resistencia democrática; además, muestra capacidad técnica y de organización, desarrollando herramientas para operar en la realidad del autoritarismo.

La coherencia se convirtió en una ventaja competitiva. Su rechazo a la estrategia del «diálogo», instrumento servil del engaño, probó su comprensión sobre dinámicas de la dictadura. La hipótesis de que era posible una transición negociada con diálogo y moderación, para permitir alternancia democrática, se basaba en una premisa incorrecta: que la revolución era un extravío temporal corregible con estímulos adecuados.

La falacia de la «radicalización excesiva» argumenta que su posición inflexible genera polarización impidiendo soluciones negociadas. La polarización no es producto del liderazgo de María Corina Machado; es el resultado de políticas divisivas. Su ocurrencia como líder nacional coincidió precisamente con intentos de unificación opositora, no de fragmentación; y caracterizar la firmeza democrática como «radicalización» equivale a normalizar la dictadura.

La tesis de la inexperiencia revela sesgos conceptuales profundos. La «experiencia ejecutiva» actual gubernamental significa gestionar decadencia institucional y crisis humanitaria. Venezuela necesita liderazgos con experiencia en construcción institucional desde lo democrático, no en administrar estructuras autoritarias.

La capacidad organizacional demostrada —desde la fundación Súmate hasta la conformación de Vente Venezuela— evidencia aptitudes ejecutivas relevantes para la reconstrucción nacional. Su habilidad para organizar bajo persecución, construir y mantener cohesión organizacional durante años de represión demuestra habilidades en contextos más adversos de los que enfrentaría un gobierno legítimo.

El mito de la incapacidad coalicional ignora evidencias. Su victoria arrolladora y la transferencia efectiva de respaldo a González Urrutia demuestran talento excepcional para construir consensos. Su rechazo a incluir sectores que legitiman procesos fraudulentos no es sectarismo, sino principio democrático correcto, así está demostrado. María Corina genera consensos que trascienden divisiones tradicionales de clase, región e ideología. Su legitimidad constituye la base más sólida posible para enfrentar los desafíos de reconstrucción.

El temor «revanchista» refleja confusión entre justicia institucional y persecución política. Sus propuestas consistentes de justicia, verdad y reparación se enmarcan en el Estado de Derecho y los procesos institucionales, no en la venganza política. La experiencia internacional demuestra que la estabilidad post-transición requiere procesos de verdad y de justicia que fortalezcan instituciones, no que las erosionen. El miedo al Estado de Derecho de quienes han operado al margen de la legalidad no constituye argumento válido contra la restauración institucional.

Los que confunden estancamiento con estabilidad asumen que la preservación del régimen es garantía de orden social, ignorando que Venezuela experimenta una crisis humanitaria, éxodo masivo y deterioro institucional bajo el statu quo. Esta «estabilidad» es insostenible en cualquier horizonte temporal significativo.

María Corina Machado aprende y se adapta a realidades cambiantes. Su evolución desde estrategias puramente conformacionales hacia la construcción de alternativas electorales viables, con tecnología y propuestas técnicas, evidencia inteligencia política, no inconsistencia. Esto la distingue del liderazgo oportunista.

Las críticas revelan que las objeciones se basan en falsas dicotomías: estabilidad versus cambio, moderación versus extremismo, experiencia versus renovación. Sin embargo, exponen más el miedo al cambio que un diagnóstico serio.  

La cuestión no es si María Corina Machado y González Urrutia pueden garantizar una transición sin tropiezos —nadie puede hacerlo en medio de una crisis estructural—, lo que sí está claro es que representan la opción más viable, más sólida para iniciar un proceso de recuperación en un país devastado, fundamentada no en esperanzas utópicas sino en capacidades demostradas y legitimidad popular genuina. El régimen no ofrece estabilidad, solo decadencia prolongada. 

Los desafíos de gobernabilidad que enfrentarían son producto de la crisis estructural del país, no de características particulares de liderazgos específicos. Su legitimidad popular constituye el activo más valioso para enfrentar desafíos. 

Venezuela requiere liderazgos capaces de romper con patrones fracasados. La alternativa al liderazgo democrático firme no es moderación pragmática, sino perpetuación de la crisis cada vez más degradada. La prudencia no consiste en preservar lo existente, sino en construir opciones viables para el futuro. Los riesgos asociados con el cambio democrático son mucho menores que el altísimo costo de la continuidad autoritaria.

María Corina es la única que ha puesto al poder frente a un espejo donde ya no se ve invencible. Y esa imagen, para el régimen y sus cómplices, es insoportable. Machado no es peligrosa por lo que promete, sino por lo que ya probó que puede hacer. Y en dictadura, la eficacia es imperdonable.

La paradoja expone que, en un contexto de normalización autoritaria, la legitimidad democrática es reinterpretada como factor de inestabilidad por aquellos cuya permanencia depende del desorden institucional.

El momento histórico exige liderazgos a la altura de sus desafíos. María Corina Machado ha demostrado serlo. Las resistencias que genera no reflejan deficiencias de su liderazgo, sino la incomodidad que produce en los habituados a operar en la penumbra de la crisis.

@ArmandoMartini

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