Nicolás Maduro sumó otro gran fracaso a su ya larga lista de fracasos.
El usurpador del poder en Venezuela soñó con formar un ejército de millones de personas, en unas ficticias milicias civiles listas para enfrentar una supuesta invasión yanqui, pero la respuesta fue el rechazo mas aplastante.
Su llamado chocó contra la cruda realidad: plazas vacías, colas raquíticas en todo el país, y solo acatado a regañadientes por empleados públicos obligados a inscribirse para no perder sus trabajos.
«Es una formalidad», confesó uno de los funcionarios públicos obligados a inscribirse, a la prensa, con miedo en la voz. «Si hay conflicto, no pelearé. Qué se joda el sólo», dijo otro.
En Caracas, Anzoátegui, Táchira, Mérida, Zulia y demás estados, el silencio fue ensordecedor.
Ni una sola persona se presentó voluntariamente.
La jornada, igual de patética, llevó al régimen a irrumpir en barrios y zonas mineras, forzando entrenamientos nocturnos con armas extranjeras, violando la Constitución.
Ocho millones de venezolanos han huido desde 2014, y los que quedan no quieren fusiles, sino pan y libertad.
Maduro, aislado, clama por 4,5 millones de milicianos que solo existen en su insania emocional que solo le permite ver fantasías.
El pueblo, con su rechazo, grita más fuerte que nunca que la verdadera revolución es vivir, no morir por un régimen en ruinas.
Maduro está desahuciado políticamente y toda Venezuela lo sabe.
Hasta sus colaboradores más inmediatos saben que esto se acabó y, poco a poco, también se esconden o huyen.
Maduro está destrozado, su rostro es como una máscara de miedo y confusión.
Parece como si viviera los últimos días del líder nazi Adolf Hitler, hace 80 años en Berlín, Alemania.
¡Adiós…Adiós!
