El desafío de la Corte Penal Internacional, por @ArmandoMartini
08 Dec 2025, 10:38 5 minutos de lectura

El desafío de la Corte Penal Internacional, por @ArmandoMartini

Por La Patilla

Compartir noticia

Nos hallamos ante un campo de batalla. No de acero y pólvora, ni de bombardeos nocturnos o de cargas al amanecer, sino de expedientes legales y principios morales. Es una guerra librada en los pasillos pulcros de La Haya, pero cuyo eco resuena en calabozos oscuros donde sufren inocentes. La Dunkerque jurídica, podemos evacuar con dignidad o mantenernos firmes y vencer.

La decisión sobre Venezuela no es un veredicto de apelación. Es rendición estratégica disfrazada de cautela procesal. La catedral jurídica erigida sobre las cenizas de Nuremberg ha titubeado, ha cedido terreno. Y la pregunta con la crudeza de la verdad, ¿es el comienzo de su ocaso o el preludio de su más grande hora?

Se invoca el «principio de complementariedad», que concede al Estado soberano el honor de juzgar los crímenes bajo su jurisdicción. Pero, ¿qué pasa cuando el Estado mismo es el verdugo? ¿Cuándo su sistema judicial no es la balanza de Temis, sino el martillo del déspota? Esperar una investigación legítima en tales condiciones no es prudencia. Es abdicación, cobardía institucional.

Debe existir la independencia judicial verificable en hechos, no en papel. Acceso sin restricciones para víctimas y observadores internacionales. Resultados en plazos razonables – la justicia que tarda décadas es justicia denegada. Y coherencia con estándares internacionales del debido proceso.

No se le puede exigir a la CPI que intervenga en cada imperfección, pero sí que distinga entre las deficiencias propias de instituciones en desarrollo y el desmantelamiento deliberado de la justicia como estrategia de impunidad. Entre la debilidad institucional y la farsa hay un abismo que cualquier jurista honesto puede identificar.

Hay dificultades; la CPI carece de ejército propio. Depende de la cooperación de los Estados con sus propias agendas. Pero las grandes empresas de la historia nunca se han logrado en circunstancias perfectas. Se han conseguido a pesar de ellas. La grandeza de las instituciones no se mide por la facilidad de sus triunfos, sino por su firmeza ante los desafíos que definen épocas.

Nunca permitir que sea instrumento selectivo. Si exigimos justicia en Venezuela, debemos exigirla con igual vigor dondequiera que se cometan crímenes de lesa humanidad. La credibilidad se mide por su universalidad, no por su conveniencia. Que ningún Estado, por poderoso, sea ajeno al escrutinio. Si la justicia es selectiva, deja de ser justicia y habrá muerto.

El tirano celebrará cada demora como victoria. Y cada día que dilata sin fundamento envía un mensaje a futuros criminales; basta construir un teatro legal para desarmar la justicia internacional. Esto no puede convertirse en el manual del malhechor.

No se trata del desprecio a la ley. Jamás. La ley es el muro que nos separa de la jungla. Pero una ley que idolatra el procedimiento hasta olvidar su propósito deja de ser escudo para los débiles y se convierte en arma para los fuertes.

Ha llegado la hora de reinterpretar el principio de complementariedad con coraje. Establezcan plazos claros para que los Estados demuestren progreso real. Si un Estado solicita deferencia, que presente certeza verificable, no promesas vacías. Y si esa evidencia no llega, que asuma su jurisdicción. Sin disculpas. Establezcan una revisión periódica con observadores independientes. La transparencia es el antídoto contra la manipulación.

La historia no perdona. Juzgará una sola cosa: ¿Permaneció la CPI de pie frente a la tormenta, o se agachó ante la amenaza? ¿Fue el faro que guió a las víctimas, o el espejismo que las condenó al desierto de la impunidad?

Si retrocedemos, no se habrá perdido un caso sino algo más valioso, la fe en la propia idea de una justicia superior; una derrota de la que la civilización no podría recuperarse. No será fácil, habrá obstáculos, resistencia, traiciones diplomáticas. Pero las grandes causas nunca se ganan con facilidad, se conquistan con perseverancia.

Que la decisión final no sea escrita con tinta empalidecida de la burocracia, sino forjada en el acero del coraje a la altura de los crímenes que debe juzgar. No por venganza, sino por el principio más sagrado, ningún ser humano puede estar por encima de la ley, no importa lo fuerte.

Si somos dignos de ella, generaciones futuras dirán: «Esta fue su hora más gloriosa». Pero si fallamos, dirán con amargura: «Tuvieron la oportunidad de detener el mal, y la dejaron pasar.» No permitamos que eso se diga. Este es el desafío.

Dios ilumine para tener el valor, cueste lo que cueste. Asume el fuego de la indignación moral temperado por el respeto a las instituciones. Al final, cuando se escriba la historia de estos días, una pregunta resonará: ¿Estuvimos a la altura del momento? Que la respuesta sea sí. Lo estuvimos.

@ArmandoMartini

Enlaces relacionados

Noticias Relacionadas