Hay momentos en la historia que revelan la verdadera composición del alma. El anuncio del Premio Nobel de la Paz 2025 a María Corina Machado, líder de la resistencia democrática desde la precariedad de la clandestinidad, es uno de esos instantes. Este galardón no ha servido tanto para iluminar el coraje de la laureada, -su sacrificio era ya un hecho notorio y documentado-, sino para proyectar una luz inclemente sobre la miseria moral de sus detractores. Oslo no ha reflejado a Machado; nos ha devuelto la imagen grotesca de la envidia, la cobardía y el tribalismo ideológico que se disfrazan de análisis político.
María Corina Machado es una mujer sentenciada por la tiranía, obligada a vivir oculta, no en un exilio dorado, sino en las catacumbas de su patria. Su decisión de permanecer en Venezuela no es cálculo político, es un acto de sacrificio existencial. Encarna aquello que las autocracias del mundo temen más que a cualquier ejército; la voluntad indómita de quien se niega a callar, exiliarse o rendirse. Y es precisamente por esta superioridad moral que ha desatado la ponzoña envenenada, de los que necesitan destruir su mérito para poder convivir con su propia irrelevancia.
Escuchamos estulticias como de que se premia a «golpistas». Llamar «golpista» a quien resiste una dictadura que viola sistemáticamente los Derechos Humanos, como lo han certificado hasta la saciedad los organismos internacionales, es una acrobacia intelectual de profunda deshonestidad y demasiada estupidez. Es la retórica de los cofrades de una izquierda que aún no se recupera de su complicidad con el chavismo, para quienes la tiranía es tolerable si se viste con la jerga socialista. Su compromiso con la democracia es puramente estético, cuando oponerse a un régimen amigo exige coherencia, la democracia se convierte en «desestabilización» y la víctima en «criminal». Es la traición de los intelectuales que Julien Benda -filósofo francés- diagnosticó, la subordinación de la verdad a las pasiones políticas.
Pero la crítica no nace solo de la ceguera ideológica, también de la envidia, la más corrosiva de las pasiones mezquinas. No es celos por el premio en sí, sino por el carácter que este reconoce. María Corina arriesga su vida, sus críticos no arriesgan ni la comodidad de sus prejuicios. La comparación es tan devastadora que, para no sentirse moralmente insignificantes, deben demoler a quien la evidencia. Es la incapacidad de celebrar el mérito ajeno sin sentirlo como un agravio propio. Protestar por un galardón que honra el sacrificio, mientras se pontifica sobre los principios que esa abnegación encarna, revela una vanidad tan enorme que inspira vergüenza ajena.
Y luego, el silencio. Afonía calculada de quienes saben que Machado tiene razón, hay un Estado mafioso, pero cuyas alianzas ideológicas o intereses económicos les impiden admitirlo. Es la traición moral disfrazada de prudencia. Este mutismo no es ignorancia, es cálculo. Reconocer el mérito de Machado sería admitir que han estado del lado equivocado de la historia durante veinticinco años. La vanidad prefiere la complicidad silenciosa a la honestidad redentora.
Sin engaños con el eufemismo de la «polarización». Lo que el premio Nobel ha revelado no es una división de opiniones, sino una fractura de carácter. No hay una polarización legítima sobre si una mujer que arriesga su vida por la democracia merece reconocimiento. Lo que hay es un abismo entre quienes valoran la libertad como un principio universal y quienes la defienden solo cuando sirve a su agenda. Es la línea que separa la integridad de la conveniencia, el coraje del cinismo.
La historia no es amable con los cobardes que, critican a quienes están en la arena. Los nombres de quienes hoy atacan a María Corina Machado se perderán en el olvido o quedarán como notas a pie de página sobre la bajeza humana. Ella, en cambio, ya ha inscrito su nombre en la memoria de la dignidad. El Nobel no le ha concedido nada; simplemente ha certificado un hecho. Que los pequeños con egos heridos continúen su diatriba. Su rabia no es más que el eco de su propia insignificancia ante el espejo.
@ArmandoMartini