
Encontré, casi por azar, un billete de un bolívar emitido en 1989. En aquella época lo llamaban “el Tinoquito”. A simple vista luce como un billete menor, casi intrascendente; sin embargo, detrás de él se esconde una historia de economía, escasez y decisiones políticas que marcaron a generaciones.
Este billete fue creado como una solución temporal ante un problema insólito para un país petrolero: la desaparición de las monedas metálicas.
La causa era simple, pero poderosa: el valor del metal superó el valor nominal de la moneda. Así, las monedas de oro, luego las de plata y más tarde las de níquel, tenían más valor fundidas que en el bolsillo de los venezolanos. Era inevitable que desaparecieran.
El fenómeno dejó ejemplos elocuentes.
Un “Fuerte” de 5 bolívares —que en 1983 equivalía a 1,16 dólares— hoy puede valer alrededor de 50 dólares por su peso y su importancia numismática.
En contraste, un billete de 500 bolívares de la misma época, que representaba unos 116 dólares, apenas se cotiza en 10 dólares entre coleccionistas.
La escasez de monedas se agravó con un factor decisivo: el anclaje del tipo de cambio. Durante casi dos décadas, el dólar se mantuvo artificialmente en 4,30 bolívares.
Este control cambiario convivió con un aumento desmedido del gasto público, subsidios gigantescos —gasolina, diésel, gas, electricidad— y la caída de los ingresos petroleros.
Para finales de los años 70 y comienzos de los 80, el dólar era, paradójicamente, el producto más barato del mercado venezolano. De allí nació el famoso “¡Ta’ barato, dame dos!”, que se convirtió en sello de identidad del viajero venezolano.
El desajuste estalló el 18 de febrero de 1983, el recordado Viernes Negro.
El país amaneció con tipos de cambio preferenciales, nuevas oficinas burocráticas y sin un programa macroeconómico robusto. No se aplicaron las lecciones del ajuste de los años 60, cuando el dólar pasó de 3,30 a 4,30 bolívares.
Las consecuencias se agudizaron con el aumento de la gasolina en 1989 —apenas 25 céntimos— que impactó las tarifas de transporte y desembocó en el Caracazo del 27 de febrero.
Mientras tanto, las monedas de plata y níquel desaparecían de la calle. Comerciantes y usuarios comenzaron a sustituir el vuelto con caramelos, fósforos u otros objetos de bajo costo.
Fue entonces cuando, en octubre de 1989, el Banco Central de Venezuela, bajo la presidencia del Dr. Pedro Tinoco hijo, puso en circulación los billetes de 1 y 2 bolívares.
Pequeños, prácticos, y muy distintos en tamaño a los billetes tradicionales, los “tinoquitos” llegaron para cubrir una necesidad urgente: el cambio menudo.
Curiosamente, países dolarizados como Panamá o Ecuador mantienen en circulación las monedas norteamericanas junto con las del Balboa y el Sucre.
Venezuela, en cambio, nunca incorporó las monedas estadounidenses de 1, 5, 10, 25 o 50 centavos, ni las de un dólar.
La solución del Dr. Tinoco fue temporal, pero ingeniosa.
Hoy, décadas después, seguimos resolviendo el vuelto con billetes de distintas emisiones… y, a veces, todavía con caramelos.
@eromeronava