Derecha e izquierda: el viejo maniqueísmo, por Gehard Cartay Ramírez
17 Nov 2025, 15:20 6 minutos de lectura

Derecha e izquierda: el viejo maniqueísmo, por Gehard Cartay Ramírez

Por La Patilla

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Desde un viejo esquema maniqueo siempre se ha pretendido encasillar un juicio absurdo e irreal: el de que “la izquierda” es buena y “la derecha” es mala, o viceversa.

Como toda simplificación, esa calificación es falsa. No toda “la izquierda” es buena, ni toda “la derecha” es mala. Y al revés también, pues un criterio binario y absoluto no cabe en un análisis serio. Lo lógico sería afirmar que los extremismos de izquierda y de derecha son absolutamente perniciosos y casi siempre adolecen de los mismos defectos y vicios transversales, sin que pueda admitirse que uno es mejor que el otro, precisamente por ser idénticos como los hermanos mellizos que son. Pero después de tantos años oyendo la majadería de que uno es bueno y el otro es malo, tal vez habrá quienes todavía la crean, a pesar de la fuerza demoledora de los hechos históricos que la han venido desmontando.

Se sabe también que tales denominaciones son antiguallas sin lógica ni razones, términos vacuos, es decir, sin contenido alguno. “Derecha” e “izquierda” en realidad no significan nada como etiquetas arbitrarias, simples términos topográficos o geográficos, inventados a partir del lugar que ocuparon los grupos políticos en aquel parlamento de los primeros tiempos de la revolución francesa.

Igualmente falsas son aquellas otras concepciones que pretenden moldear a una y a otra como referentes del progreso y del atraso, sin otra justificación como no sea la de seguir usándolas por comodidad y conveniencia, pero siempre equiparando a una con lo positivo y a la otra con lo negativo. Toda una superchería que, por cierto, todavía algunos se niegan a aceptar como tal.

La extrema “derecha”, por ejemplo, casi siempre acude al calificativo de “comunista” para atacar a sus adversarios, sean de “la izquierda” extremista, “la izquierda” moderada o del “centro”, como también se cataloga a quienes no se enmarcan en la fórmula binaria que venimos comentando. Ahora mismo, en Estados Unidos, son acusados de “comunistas” los adversarios de Trump en general y los miembros del Partido Demócrata, en particular, una exageración sin lógica ni asidero. En Europa acontece otro tanto: la extrema “derecha” no acepta posturas moderadas y “centristas”, sino que pretende mantener la fórmula binaria entre ella y la extrema “izquierda”, por conveniencias políticas, obviamente.

Sin embargo, desde una supuesta y auto arrogada superioridad moral -por lo general también irreal- casi siempre es “la izquierda” la que insiste en tal maniqueísmo contra sus adversarios, a pesar de que la historia ha comprobado que aquella (su supuesta superioridad moral) muy pocas veces, y probablemente nunca, existió. Esa pretensión absurda ha llevado a algunos de sus intelectuales partidarios al colmo de justificar y defender las dictaduras de “izquierda” y absolver sus violaciones a los derechos humanos y sus carencias de pluralidad y alternancia con la excusa hipócrita de que se trata de “procesos revolucionarios”. Así, por ejemplo, nunca han reconocido que Fidel Castro y su régimen constituyen una tiranía de las peores (la candidata presidencial comunista en Chile acaba de definirla como “una democracia de partido único”), mientras que acusan de dictadores a Pinochet y otros déspotas de “derecha”.

No contentos con tal exabrupto, agregan que cualquier dictadura de “izquierda” siempre es mejor que cualquier democracia liberal de “derecha”. Precisamente por ello, han bautizado a sus “repúblicas” como “democráticas” o “populares”, sin ser ni una ni otra cosa, sino un colosal oximorón, o sea, todo lo contrario de lo que significan tales denominaciones. Necesitan tal vez intentar resolver, acaso, sus problemas de conciencia -en caso de tenerlos, desde luego-, calificando sus regímenes dictatoriales como “democracias populares”, un pleonasmo cínico y falaz por donde se le analice.

Lo mismo acontece con el calificativo de “progresistas” que cierta “izquierda” siempre se adjudica con exclusividad, sin razón alguna que lo justifique, y que ahora ha trasladado a sus movimientos “woke” y LGTBIQ. Afirmar, por ejemplo, que el aborto voluntario -cuando abundan ahora diversos métodos anticonceptivos- constituye un elemento de progreso resulta inaudito. Defender al feminismo, pero apoyar regímenes musulmanes que atentan contra la mujer en todo sentido y la rebajan como ser humano, resulta también todo lo contrario al progresismo auténtico.

Lo mismo hay que decir en referencia a ciertas opiniones demenciales de algunas “feministas”, según las cuales los niños tienen derecho a escoger su sexo (¿?) en contra de la biología y la más elemental lógica, y que pueden tener sexo con cualquiera, las cuales no son conceptos progresistas en modo alguno, sino profundamente inhumanos y contrarios a la dignidad personal. Porque progreso es sinónimo de avance, de adelanto y del logro de la perfectibilidad a los que tiene derecho la humanidad.

Volviendo al viejo e inútil maniqueísmo “derecha” vs. “izquierda” se ha propuesto con lógica indiscutible suplantarlo por las antinomias Democracia vs. Dictadura, Libertad vs. Tiranía o Democracia vs. Autoritarismo, que significan mucho más por tener contenido que esas etiquetas topográficas que señalan un lugar, pero más nada. Más adelante, haré un comentario más completo al respecto.

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