
El presidente Trump pasó la mayor parte de una hora el martes regañando a la Asamblea General de las Naciones Unidas, diciendo que la ONU era inútil y que los demás países “se estaban yendo al infierno”.
Pero en una reunión posterior a su discurso con António Guterres, el secretario general de la ONU, Trump adoptó un tono radicalmente diferente, incluso conciliador.
“Nuestro país respalda a las Naciones Unidas al cien por cien”, dijo Trump. “Y creo que el potencial de las Naciones Unidas es increíble, realmente increíble”.
Se podría perdonar que uno sintiera una sensación de latigazo cervical.
En la década transcurrida desde que Trump irrumpió en la escena política, los líderes mundiales se han acostumbrado a dos versiones del presidente estadounidense. Está el Trump público y belicoso que aparece en discursos, en el Despacho Oval o en sus redes sociales; y el Trump privado y presencial, a menudo reacio al conflicto y dispuesto a adaptarse en interacciones individuales o más pequeñas.
Durante el primer mandato de Trump, los líderes mundiales podrían haberse sentido ofendidos por la reprimenda que recibieron el martes, cuando Trump les contó todas las formas en que, en su opinión, estaban fracasando.
“Están destruyendo sus países”, dijo Trump. “Sus países se están yendo al infierno”.
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