
El sombrío centro de procesamiento de detenidos del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) a la entrada de Broadview, un pequeño pueblo de mayoría afroamericana a casi 25 kilómetros al suroeste de Chicago, tiene sus accesos bloqueados por bloques de cemento y vallas de metal. Decenas de vehículos de policía lo rodean. Este inmenso bloque de ladrillo oscuro, donde los retenidos denuncian condiciones deplorables y donde el jueves quedaron desplegados soldados de la Guardia Nacional, es el foco de las protestas de la metrópolis contra la política de deportaciones masivas de Donald Trump. Unas protestas que lo han convertido en el símbolo de la resistencia de las ciudades demócratas contra los intentos del presidente de controlarlas con tropas.
Por El País
Olegario Gómez, sostiene su esposa, es uno de los inmigrantes irregulares que se encuentran dentro, detenido el jueves cuando salía de su casa durante una de las redadas masivas que el ICE lleva a cabo en Chicago y sus alrededores en la llamada Operación Midway Blitz desde que el presidente estadounidense dio luz verde hace un mes al despliegue de agentes de ese organismo en la ciudad autoproclamada santuario. Gómez, según reclama su esposa, que ha acudido a Broadview a verle este viernes, tiene un brazo roto en el forcejeo, pero no ha recibido tratamiento.
Gómez y otros detenidos a la espera de ser transferidos a otros centros denuncian malas condiciones higiénicas, hacinamiento, temperaturas gélidas y un acceso mínimo a servicios médicos. “Tienen que dormir en el suelo porque no tienen camas, y no les dan mantas para el frío. Mi marido no es un criminal, es un trabajador que lleva aquí doce años, que paga impuestos y que nunca ha tenido ningún problema con la ley”, sostiene ella.
Desde el comienzo de la operación Midway Blitz, en la que han quedado detenidas más de un millar de personas, cada día se han celebrado protestas frente al centro de Broadview. Los agentes del ICE las reprimieron con métodos cada vez más drásticos, incluido el uso de gas pimienta y lacrimógeno, hasta llegar a disparar a la cabeza a un pastor protestante que participaba en las manifestaciones para denunciar los excesos del organismo. Entre esos excesos figuran la muerte por disparos de un inmigrante y una redada en helicóptero contra un edificio de viviendas familiares en mitad de la noche.
Chicago es una de las ciudades demócratas, junto con Portland, Washington, Memphis y Los Ángeles, contra las que Trump ha dado órdenes de desplegar a la Guardia Nacional en un pulso por el control de sus calles. La Guardia Nacional es un cuerpo militar de reserva, habitualmente bajo mando de los Estados, pero que el presidente puede movilizar para casos de urgencia —un desastre natural, por ejemplo—, con el permiso del gobernador del Estado afectado. En las cinco —Trump amenaza con que puedan ser más en el futuro y ha mencionado a Baltimore, Nueva Orleans o Saint Louis— alega falsamente que la violencia, generada sea por una ola de delincuencia común o por las protestas contra su política migratoria, es tal que hace imprescindible el despliegue de esa fuerza, incluso aunque los gobernadores se opongan.
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