Ángel Montiel: La sangre de los cristianos no cuenta 
11 Dec 2025, 15:51 6 minutos de lectura

Ángel Montiel: La sangre de los cristianos no cuenta 

Por La Patilla

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Según el informe de las organizaciones Amnistía Internacional y Puertas Abiertas 2025, de 380 millones de cristianos, uno de cada siete creyentes en el mundo, sufren persecución extrema.

El hostigamiento cristiano es una dolorosa realidad para millones de creyentes en todo el mundo. Aún cuando la doctrina cristiana enseña el amor, la paz, la esperanza y el perdón, muchos cristianos enfrentan está difícil situación simplemente por seguir a Jesucristo.

En África las iglesias arden y en Asia las conversiones al cristianismo se castigan con la muerte, en contraste con esto, las capitales occidentales y sus organismos de vigilancia de los derechos humanos, guardan un silencio que no es cobardía, sino  miedo para defender la fe.

Occidente, nacido de la fe judeocristiana, inspiró de ella la cultura de la hospitalidad, el amor, la esperanza y las resistencias a las tiranías, hoy tristemente reniega de su fe.

De hecho, el silencio de los gobiernos y los organismos multilaterales ante el genocidio espiritual tiene un propósito, el mártir cristiano no encaja en la narrativa progresista-marxista dominante.

Nuestras elites intelectuales caen  presas en un complejo de culpa histórico que invierte el relato de la moral. Para esta visión, el cristianismo es siempre opresor, mientras que el islamismo radical o los regímenes autoritarios (China, Cuba, Corea del Norte, Nicaragua) es la víctima perpetua del colonialismo.

Por lo tanto, defender al cristiano perseguido se convierte, irónicamente, en un acto de “hegemonía” o de alineación con el “opresor”.

La consecuencia es brutal: mientras la defensa de cualquier otra minoría en el mundo, como los condenables ataques a Palestina (y específicamente a la Franja de Gaza), moviliza marchas, concentraciones y discursos mediáticos, la sangre derramada en Nigeria o Somalia no genera votos ni contratos petroleros.

La conveniencia económica triunfan sobre la moral. Este es el principio de que “si no es conveniente no existe”. La persecución se puede ver en dos frentes, y ambos buscan la erradicación de la fe.

En países como Pakistán, Yemen, Libia, Irán o Sudán, la violencia es explícita: asesinatos de sacerdotes misioneros, prelados desterrados, laicos encarcelados, la quema de iglesias y templos. La fe es clandestina, y las imposiciones religiosas son de los mismos gobiernos.

En Occidente y, peligrosamente, en movimientos ideológicos que influyen en nuestra región, la violencia contra los cristianos es simbólica, pero igualmente efectiva. En nombre de la “neutralidad” y el llamado “progresismo” se produce una deslegitimación y prohibición activa de los símbolos cristianos: la cruz, la Biblia, los libros sagrados de la iglesia, las eucaristías y los cultos evangélicos. 

Las oraciones en las escuelas y espacios públicos se etiquetan como “superstición” y obstáculos a los cambios en la sociedad. 

Un ejemplo de este hostigamiento institucional y persecución se vio en Venezuela con el cardenal Baltazar Porras, el pasado 10 de diciembre, paradójicamente, Día de los Derechos Humanos, al prelado católico se le anuló el pasaporte en el Aeropuerto de Maiquetía, impidiéndole viajar a cumplir compromisos eclesiales. Fue sometido a requisa y amenazado con ser detenido.

Estás acciones descaradas atentan contra los derechos ciudadanos, y se enmarca en un patrón de hostigamiento contra la iglesia.

Mientras la fe histórica cristiana es atacada, prácticas sincretistas como la santería cubana ganan adeptos donde muchos, sin saberlo, rinden culto al diablo.

En este contexto, en Europa, el Islam avanza cada día en una conquista pacífica, escudándose en la libertad de culto.

Donde la apostasía se vuelve más evidente es en la aplicación de la ley, donde se establece un estándar: cualquier crítica al Islam es condenada como “islamofobia” y perseguida porque invita al odio.

El musulmán, en esta narrativa goza de una intocabilidad ideológica. Por el contrario, el ataque, la burla a los prelados y sacerdotes, la sátira y la ofensa a los símbolos y creencias cristianas no solo se permiten, sino que a menudo se celebran en la cultura y los medios bajo la bandera de la libertad de expresión.

Esta doble moral no se trata de tolerancia, es una escogencia ideológica de la víctima. Se protege la fe que se percibe como históricamente “oprimida” y se permite el ataque a la fe que se etiqueta como “religión opresora”.

Los cristianos no exigimos preminencia ni venganza, solo el derecho a vivir, orar, rezar en nuestras iglesias es la reciprocidad que se pide a cualquier otra fe.

Muchos gobiernos callan y la elite intelectual aplaude, estamos presenciando el suicidio ético de nuestra propia civilización.

El cristiano no debe callar ante ninguna opresión, venga de la izquierda o de la derecha, de un gobierno extranjero o de un poder local. Debe hablar con la fuerza del espíritu y el testimonio de verdadero cristiano.

Si se guarda silencio, los mártires seguirán cayendo. Pero si hablamos, el mundo sabrá que aún quedan voces valientes que anuncian a Jesucristo y que no se arrodillan a ídolos de pies de barro, ni al dinero o a cualquier tiranía ideológica.

@angelmontielp

angelmontielp@gmail.com

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