Porque eres tú, soy yo, por @ArmandoMartini
24 Nov 2025, 10:28 5 minutos de lectura

Porque eres tú, soy yo, por @ArmandoMartini

Por La Patilla

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Vivimos convencidos de que podríamos prosperar si tan solo nos deshiciéramos de «ellos». Que los problemas se resolverían si elimináramos al adversario político, al inmigrante, a la élite, al populista. Esta peligrosa ilusión impide una verdad incómoda; estamos amarrados a quienes creemos contrarios. Y cuando ellos se hunden, nosotros también nos mojamos.

En tiempo de polarización, cuando el debate se convierte en batalla campal entre «nosotros» y «ellos», vale la pena reflexionar sobre una realidad que se prefiere ignorar. La existencia política, social y económica está entrelazada con la de quienes consideramos antagonistas.

«Porque eres tú, soy yo» no es solo una frase poética, es la descripción precisa de cómo funcionan las sociedades complejas. El empresario próspero existe porque hay trabajadores que producen y consumidores que compran. El progresista urbano depende de la cadena de suministro que atraviesa comunidades rurales conservadoras. El nacionalista lleva en su bolsillo un teléfono fabricado en cinco continentes.

La raíz de la división, no surge de la nada, tiene causas estructurales: desigualdad económica, redes sociales y algoritmos que generan burbujas informativas mostrando versiones distorsionadas del «otro». Los partidos políticos, descubrieron que la movilización por miedo, funciona mejor que los programas constructivos. Las instituciones por tradición mediadoras, -iglesias, sindicatos, asociaciones vecinales, gremiales-, se han debilitado, dejando un vacío donde antes existían espacios de encuentro.

Sistemas electorales que recompensan la radicalización, y el financiamiento que fluye hacia quienes polarizan, convierten la moderación en un acto heroico, no en opción estratégicamente viable. No basta con llamar a la madurez individual cuando las estructuras mismas incentivan la división.

Sin embargo, la política contemporánea se alimenta del ensueño autosuficiente. Se construyen murallas conceptuales, imaginando prosperar si nos deshiciéramos de «ellos». Cada grupo se atribuye todo el mérito del progreso y culpa al otro de cada fracaso.

Venezuela es un ejemplo doloroso de lo que sucede cuando esta lógica de antagonismo absoluto se lleva a sus últimas consecuencias. El país se fracturó en bandos irreconciliables, cada uno convencido de que la solución era la eliminación política del otro. El resultado no fue la victoria de ninguno, sino la devastación de todos; millones huyendo, economía colapsada, instituciones destruidas y sufrimiento que no distingue. La tragedia demuestra que cuando la política se convierte en guerra total, no hay vencedores, solo sobrevivientes de un naufragio colectivo. Lo que comenzó como «nosotros contra ellos» terminó siendo «todos contra todos», en una espiral descendente donde la negación de la interdependencia condujo al colapso compartido.

Y en 2025, continúa profundizándose. Enfrenta represión, encarcelados y exiliados por razones políticas, mientras que millones viven en la pobreza y otros abandonan el país. La conflictividad social exige derechos civiles y políticos básicos. Ningún sector ha salido victorioso, la oposición democrática lucha desde la clandestinidad y el exilio, la sociedad civil opera bajo un clima de terror, y las organizaciones que documentan violaciones a los Derechos Humanos se ven forzadas a trabajar en lejanía. El bolívar pierde su valor y se acude a «solidarios» ante salarios insuficientes. La fractura política no solo destruyó la democracia, sino que continúa erosionando la vida cotidiana, sin importar distingos. 

Reconocerla, no significa renunciar al conflicto político legítimo. La historia está llena de luchas contra injusticias, movimientos por los derechos civiles, sufragio universal, derechos laborales; todos enfrentaron resistencia y requirieron confrontación. Cuando un sector de la población sufre, todos pagamos el precio, en forma de inestabilidad social y democracia rota. La pobreza extrema genera criminalidad, y la desigualdad exagerada erosiona la cohesión social que precisamos para funcionar.

¿Cómo se construye una coexistencia fructífera? No mediante buenos sentimientos, sino a través de instituciones y prácticas que hagan beneficioso el encuentro entre diferentes. Presupuestos participativos, asambleas deliberativas que produzcan consensos en temas polarizados y obliguen a los ciudadanos con prioridades distintas a negociar, aprendiendo en el proceso que la necesidad del otro también es legítima. Reformas electorales con representación proporcional de minorías que reduzcan la demonización del adversario. 

Dar la razón a esta interdependencia no implica renunciar a convicciones y principios. Defender las ideas con pasión y aceptar que el bienestar depende en alguna medida de aquellos que piensan distinto. Competir en el mercado de las opiniones sin aniquilar al oponente y luchar contra políticas injustas sin importar quiénes las defienden. 

El desafío no es vencer al adversario, sino aprender a coexistir productivamente, con instituciones que canalicen el conflicto constructivo y la sabiduría colectiva de entender que estamos forzados a compartir.

La cuestión no es si dependemos unos de otros. La pregunta es si se tiene la voluntad política para construir estructuras que hagan la dependencia recíproca una fuente de fortaleza en lugar de un campo de batalla permanente, antes de que sea demasiado tarde.

@ArmandoMartini

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