
Mercedes Interian no podría sostener un vaso de agua porque se le caería al suelo, como si cargara plomo entre las manos. Ya pasaron la fiebre y los vómitos, ya se esfumaron las diarreas y los dolores de cabeza. Ahora, que parece que no se va a morir, lo que más teme Mercedes es a quedar encorvada. Ella, una mulata presumida y fuerte de 57 años, que ahora no da un paso si no se apoya de un palo de escoba. “Somos un pueblo jorobado, buscando qué comer”, dice entrecortando la voz por la falta de aire y los dolores, tirada en el sofá de su casa en El Cerro, en La Habana. “Aquí nadie está derecho, esto te entumece los dedos, los tobillos, las rodillas… Somos un ejército de zombies”.
Por El País
Cuba es hoy un país de enfermos que no saben exactamente qué es lo que padecen. De gente contagiada por “el virus”, ese fantasma siniestro que recorre toda la isla y que ha dejado a sus habitantes como una tropa diezmada por la enfermedad. Primero llegan las altas fiebres, a algunos se les colorea de pintas rojas la piel, a otros se les descama. Vienen los vómitos, las diarreas y la cefalea. Después se hinchan las manos y rodillas. Apenas pueden apoyar la planta de los pies y hay quien no ha vuelto a caminar más. Si alguien cojea, lo más seguro es que tuvo el virus. Si arrastra las piernas, tuvo el virus. Si se queja de las articulaciones, se enfermó también. Amanece y en los barrios cubanos, según cuentan, sólo se oye decir: “Me duele aquí, me duele allá, hoy estoy un poco mejor, o no pude levantarme de la cama. Así están todos los vecinos, es lo que repiten diariamente”, asegura Maidelys Solano, de 38 años, quien pasó el virus en su casa de Bayamo, donde también se contagiaron sus dos hijos, su padre y los sobrinos.
Difícilmente una familia en Cuba escape de no haber tenido en casa un enfermo a causa de la crisis epidemiológica en la que está hundido el país. Se trata de la combinación de varios virus transmitidos por mosquitos, un modelo de “arbovirosis combinada” que incluye dengue, chikungunya y oropouche, a lo que se suman otros virus respiratorios como la influenza H1N, el virus sincitial respiratorio, y la covid-19. De acuerdo con las cifras publicadas por el Ministerio de Salud Pública (MINSAP), en la última semana se reportaron 5,717 nuevos casos de chikungunya, lo cual eleva a 38,938 los pacientes con este virus. Del dengue comunicaron que se mantiene activo en las 14 provincias y 113 municipios del país.
Pero lo que resulta alarmante fue la cifra de 33 muertos que, a inicios de semana, el Gobierno se vio obligado a reconocer, entre ellos 21 menores de edad, la población más afectada por estas arbovirosis junto a los adultos mayores. “Hay muchos niños de un mes de nacidos que han muerto, también de entre 2 y 4 años, además de muchos jóvenes, porque el vómito y las diarreas los deshidratan, llegan al hospital ya colapsados”, aseguró a El PAÍS en condición de anonimato una trabajadora del Instituto de Hematología e Inmunología de El Vedado.
La oficialidad cubana, que se resiste siempre a reconocer cualquier catástrofe, se había negado a aceptar que se tratara de una debacle sanitaria, insistiendo en que eran enfermedades comunes para los isleños, acostumbrados al calor del verano y a los aguaceros torrenciales del trópico. “Ni son nuevas, ni son raras, ni son desconocidas”, dijo en octubre el ministro del MINSAP, José Ángel Portal Miranda. Luego trató de despejar cualquier rumor, ante las innumerables denuncias de personas fallecidas: “Nadie puede esconder una epidemia ni los muertos”, sostuvo.
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