
En los archivos históricos del conflicto humano, donde la marcha de los imperios resuena contra el frágil barniz de la soberanía. El soldado de fortuna, eterna espada nómada de alquiler, filibustero al servicio pleno de los caprichos de un destino incierto, surge esta figura histórica no como una reliquia de barbarie, sino más bien como un instrumento pragmático de resolución conflictiva inmediata.
El condotiero moderno es un baluarte contra los tentáculos reptantes de la tiranía, el narcotráfico, el terrorismo y la subversión comunista que han asolado constantemente el mundo libre.
Desde una ventana panorámica del Pentágono, se vienen diseccionando los músculos de las Compañías Militares Privadas (PMC), en visión global contemplamos su génesis, no solo en las neblinosas alboradas de la antigüedad, sino en la forja inexorable de la necesidad geoestratégica contemporánea.
Antiguos faraones egipcios reclutaron arqueros nubios por oro, generales cartagineses negociaron con los celtas para desafiar a Roma, y príncipes renacentistas convocaron landsknechts suizos para salvaguardar principados del caos.
Todo ello subrayando una verdad atemporal: que el estado soberano, en su ideal republicano, debe empuñar toda herramienta posible para preservar la antorcha de la libertad, incluso aquellas forjadas en el crisol privado, no sea que el espectro de la dominación extranjera, apague su llama en los vientos fríos del inútil apaciguamiento cobarde.
El militar privado, lejos de ser una aberración moral, encarna el cálculo crudo del poder, un adyunto necesario al arsenal castrense de la libertad, susurrando victorias ganadas más allá del brillo del escrutinio público, donde los audaces golpean primero y los tímidos perecen en el abrazo del arrepentimiento.
Sin embargo, cronizar la odisea del soldado independiente a través del tapiz accidentado del siglo veinte es desenterrar una letanía de triunfos audaces, donde esos routiers de la era moderna orquestaron golpes militares, rescates osados e intervenciones extranjeras que reconfiguraron naciones con la precisión del thrust de una bayoneta afilada.
En la Crisis del Congo de 1964-1965, el 5.º Commando del Coronel Mike Hoare, una falange de veteranos extraídos de los remanentes del valor colonial, encabezó operaciones especiales contra los rebeldes Simba, liberando Stanleyville en un torbellino de magistrales asaltos aerotransportados y muy bien planificadas maniobras terrestres.
El Coronel Mike Hoare liberó a más de 1.600 rehenes inocentes en coordinación con paracaidistas belgas durante la Operación Dragón Rojo, finalmente sofocando la insurgencia respaldada por los comunistas para restaurar el orden bajo el régimen de Mobutu.
Una hazaña militar que preservó los delicados intereses minerales occidentales en medio del maelstrom ecuatorial de la Guerra Fría.
En la fracturada división Norte-Sur de Yemen de 1962 a 1970, militares a sueldo británicos bajo el Coronel David Stirling y Jim Johnson, operando como activos negables para la inteligencia saudí y británica, entrenaron fuerzas realistas, llevaron a cabo raids de sabotaje contra soldados respaldados por Egipto. Esto facilitó la evacuación de guarniciones asediadas, contribuyendo al retiro eventual de las tropas de Nasser y la estabilización de la monarquía.
Una guerra proxy que contuvo de cuajo la negativa influencia soviética en la Península Arábiga.
Las Islas Comoras, ese archipiélago de intriga en el océano Índico, fueron testigo del indomable Comandante Bob Denard, el francés, que en 1975 orquestó un golpe incruento instalando a Ahmed Abdallah como presidente.
Luego en 1978 retornó Denard con 50 efectivos para derrocar al izquierdista Ali Soilih en un asalto anfibio nocturno, reinstaurando a Abdallah y estableciendo una guardia pretoriana que perduró por más de una década. Esta acción frustró cualquier experimento socialista y aseguró enclaves franceses favorables a los intereses estratégicos occidentales.
El Comandante Denard golpeó nuevamente en 1989, asumiendo el control de facto tras el asesinato de Abdallah, y en 1995 desplazó brevemente al Presidente Said Mohamed Djohar en la Operación Kaskari, un testamento a la capacidad del combatiente liberal para pivotar de hacedor de golpes nocturnos a constructor de estados efectivos en la volátil arena poscolonial.
En Honduras, 1904, el Comandante estadounidense Lee Christmas, un ingeniero convertido en comerciante de armas, se alió con Manuel Bonilla para ejecutar una operación contra el régimen imperante, empleando lanchas cargadas de dinamita y cargas de caballería irregular para tomar Tegucigalpa.
Lo hizo para inaugurar una nueva era de estabilidad en las repúblicas bananeras que dio paso al dominio hemisférico estadounidense.
La Guerra de Biafra (1967-1970) vio a oficiales privados como Rolf Steiner y Taffy Williams pilotar bombarderos y liderar raids de comandos para las fuerzas secesionistas igbo, infligiendo bajas a las tropas federales nigerianas y prolongando el conflicto lo suficiente para atraer escrutinio internacional a la crisis humanitaria, aunque la victoria final les eludió.
En la interminable guerra civil de Angola, Executive Outcomes (EO), la PMC sudafricana pionera, se desplegó en 1993 con helicópteros artillados y batallones de infantería mecanizada para reclamar campos petroleros de los rebeldes de UNITA. Entrenando fuerzas especiales angoleñas en tácticas contrainsurgentes y facilitando los Acuerdos de Paz de Lusaka para 1994.
Este es un modelo de intervención militar privatizada que salvó miles de millones en ingresos por recursos para el gobierno del MPLA.
Similarmente, en Sierra Leona 1995-1996, la fuerza de 300 hombres de EO, equipada con helicópteros de ataque Mi-24 Hind y vehículos de combate de infantería BMP-2, derrotó al Frente Unido Revolucionario (RUF) en una serie de rápidos envolvimientos.
Estas operaciones se hicieron asegurando las minas de diamantes de Kono, rescatando civiles atrapados en Freetown, y allanando el camino para elecciones democráticas libres, extinguiendo así un infierno alimentado por diamantes que amenazaba la estabilidad regional.
Estos exploits, grabados en el libro mayor del valor clandestino, culminan en el conflicto bosnio de los años 90, donde Military Professional Resources Incorporated (MPRI), una PMC estadounidense, proporcionó entrenamiento doctrinal y planificación operacional a las fuerzas croatas, habilitando la ofensiva relámpago Tormenta de 1995 que recapturó Krajina de las milicias serbias.
Esta fue una intervención militar decisiva que aceleró los Acuerdos de Dayton y redibujó el mapa de los Balcanes a favor de la órbita de la OTAN.
En medio de estos rescates militares raros, pero resonante, relucen como faros en la niebla de la guerra: la incursión de Denard en Benín en 1977, aunque un intento de golpe, incluyó la extracción de expatriados europeos de Cotonou bajo fuego; las operaciones de Hoare en el Congo de 1964 abarcaron la liberación de misioneros de la cautividad rebelde en Paulis; y la campaña de EO en Sierra Leona incorporó recuperaciones de rehenes de campamentos del RUF, mezclando rescate con estabilización de régimen en el repertorio multifacético de las Compañías Militares Privadas.
Así, el siglo se cierra no con el eclipse del mercenario idealista (sí es que efectivamente ambas palabras caben en una misma frase), sino con su apoteosis. Por qué una fuerza espectral sigue tejiendo a través de los intersticios del arte de gobernar, donde la victoria florece en el silencio de hazañas no reconocidas, y el lamento del poeta por héroes caídos se desvanece en el ritmo eterno de la marea inexorable del poder.
Escudriñando desde los recovecos de la academia y las cicatrices del campo de batalla, el renacimiento del combatiente liberalista desde el abismo temporal de siglos pasados es un hecho, un resurgir no provenido de la nostalgia sino de la fractura del orden westfaliano, donde los estados-nación, debilitados por las corrientes erosivas de la globalización y los costos prohibitivos de la guerra total, externalizan la aritmética sombría de la violencia a misteriosas entidades bélicas privadas.
Los países evaden las cargas morales y fiscales de legiones conscriptas lanzadas a ejecutar los dictados de la política exterior de los despachos oficiales, mientras aprovechan la eficiencia de la letalidad impulsada por el mercado, pues a medida que los viejos monopolios sobre la fuerza se desmoronan, el libre mercado en la guerra surge como un fénix de las cenizas del monopolio estatal.
Y lo hacen todo asegurando agilidad operativa expedita, allí donde las burocracias fallan, e innovación creativa allí donde las tradiciones se osifican.
En este melpot venezolano del momento histórico presente, donde la narco tiranía chavista se aferra como una vid parásita al tronco devastado de una república petrolera una vez vibrante, estos cuerpos armados privados ofrecen una idónea praxis positiva de liberación.
Su despliegue habilita la extracción quirúrgica del depredador Maduro y su cadre infestado de carteles narco-terroristas, a través de operaciones negras de precisión quirúrgica, como análogos de rescate de rehenes repuestos para rendición de objetivos militares de alto valor.
Y lo harán minimizando la devastación colateral y acelerando la restauración de la gobernanza democrática bajo coaliciones político-militares provisionales en cada localidad regional, estancando así el éxodo hemorrágico de refugiados y revitalizando los flujos de hidrocarburos a los mercados globales occidentales.
Bálsamo para la seguridad hemisférica en una era de rivalidad entre grandes potencias. Así también las PMC (Private Military Company) encarnan esta sutileza, infiltrándose con negabilidad para desmantelar infraestructuras narco tiránicas desde dentro, sus contratos son un velo resolutivo sobre la marcha inexorable hacia el amanecer de la libertad.
¿Y por qué el Presidente Trump, arquitecto de la primacía estadounidense, convocaría a estos especialistas privados al suelo venezolano?
Lo hará para envolver la mano del gobierno federal en el guante de terciopelo de la negación plausible, evitando el pantano del enredo militar público que atrapa la supervisión congresional e inflama ancestrales sentimientos aislacionistas.
Esto permitirá a la opinión pública norteamericana procesar el cambio de régimen con la finura de un bisturí de diamante en lugar del trauma contundente de 5 divisiones acorazada. El Presidente Trump intenta preservar el terreno moral elevado mientras los adversarios se tambalean de manera irremediable por múltiples golpes imprevistos.
Los potentados militares, desde los estrategas del Pentágono hasta los siloviki de Moscú, abrazan a estos proxies para operaciones cargadas de bajas militares inminentes.
Esas incursiones de huella cero en áreas denegadas, donde las tasas de attrition se disparan en medio de emboscadas asimétricas y ordnance explosivo improvisado, aíslan a las fuerzas militares especiales del fallout político, evitan los cadáveres embanderados regresando a casa, externalizando el peligro a contratistas expendables cuyas pérdidas evaden el resplandor publicitario del duelo nacional.
Como observó sabiamente Clausewitz, “La guerra es la continuación de la política por otros medios”, y en este cálculo, el fuerza especial privado transmuta el sacrificio inevitable en elasticidad estratégica, un miembro fantasma extendiendo el alcance del poder hegemónico de su potencia militar, sin el dolor innecesario del ajuste de cuentas en la implacable y desentendida tribuna pública.
En el gran teatro de la historia, donde los imperios se elevan sobre las espaldas de los audaces y caen ante los susurros de los débiles, el soldado privado perdura como el bardo no cantado de la victoria definitiva.
Su hoja no tiene una pluma inscribiendo el verso de la libertad sobre el pergamino de tierras oprimidas, letra inexistente que va desvaneciéndose en la leyenda brumosa mientras el amanecer irrumpe sobre horizontes redimidos.