Luis Barragán: Modesto tributo a Antonio Machado
17 Aug 2025, 11:13 3 minutos de lectura

Luis Barragán: Modesto tributo a Antonio Machado

Por La Patilla

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Casi un mes después de cumplirse exactamente el sesquicentenario de su nacimiento, es que podemos escribir sobre el bardo. Inevitable hacerlo, aunque no cultivamos la poesía como quizá lo debimos hacer – o deshacer enteramente – en el transcurso de la vida.

Lo descubrimos a través de Serrat, con aquella famosísima canción que copaba la programación radial de la casa. Siendo niños de escuela, quién sabe del accidente, porque el disco no estaba en la estantería hogareña, escuchamos otro surco de un álbum profundo tributo a Antonio Machado; sencillo, quedamos de alguna manera definitivamente prendados, así la prioridad fuese la escuela y sus recreos, o los paseos y juegos de vecindario.

A mamá le gustaba mucho Pablo Neruda y, ocurrió, plagiamos en dos o cuatro ocasiones algunos de sus versos expeditos e inmediatamente eficaces para redactar algunas cartas de amor, la propia, o la de varios compañeritos incautos que precisaron de nuestros servicios para diligenciar un poco más la emoción y los sentimientos que nos y los sorprendían hacia las compañeritas de aula, por ejemplo. Claro está, emoción y sentimientos harto inocentes que no estaba por encima de la pasión que experimentábamos por el béisbol y sus héroes; en nuestro caso, un César Tovar, Víctor Davalillo o Larry Howard del Caracas, inspiradores aun en la adversidad, en denuesto activo del Magallanes, Clarence Gaston y el eterno repiqueo de la Serie del Caribe.

Crecimos, e, inevitable, el sevillano se hizo parte nuestra, y, con Aguilar Gorrondona, Tulio Chiossone, García de Enterría, o Maduro Luyando (favor no confundir), se colaban las obras completas de don Antonio, el hermano de Manuel. Por mucho grupo Tráfico o Guaire que hubiese, ciertamente meritorios, indispensables a la vuelta de los años, poco podían competirle al español, o a Borges, a Paz, a Dylan, a Cadenas, a Whitman, a Subero, en lecturas febriles de biblioteca pública, o a Cecilia Ortíz y Carlos Ochoa que, por algún motivo, en los años ya remotos, inadvertidamente llegaron y completaron nuestra personal y limitadísima geografía poética.

Huelga comentar que éste presente no es igual al de antes, y por aire, mar ni tierra, es posible que lleguen las novedades poéticas de otro a este país, la del país mismo al de adentro, deslumbrando a los más ingenuos muchachos, o, como fue el caso de don Antonio, que se haga gigantescamente estremecedor para abordar la guerra civil española, o decepcionante al constatar que Serrat sólo lo fue con Ricard Miralles y María Gómez en el XX. Sospechamos que a Bad Bunny, si es que todavía no lo consideran un intérprete de la antigüedad, jamás podríamos confiarle que nos haga el favor de transportar en su garganta a un Antonio Machado para una entrega rápida.

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