
La Isla de Gorgona, ubicada a 150 km de Buenaventura en el océano Pacífico, tiene hoy el título de Parque Nacional Natural, un santuario de biodiversidad que atrae a visitantes por sus dos ecosistemas ricos, 148 especies de aves y la migración anual de ballenas jorobadas. Sin embargo, detrás de este paraíso natural esconde un pasado oscuro y violento que le valió el apodo del ‘Alcatraz colombiano’. Durante 24 años, entre 1960 y 1984, Gorgona fue la prisión de alta seguridad más peligrosa y temible de Colombia, de la que era prácticamente imposible escapar. Su transformación de penal a paraíso ecológico es una de las historias más dramáticas y poco conocidas del país.
Por Noticias Caracol
Los orígenes del infierno de Gorgona
La isla recibió su nombre mucho antes de que la prisión existiera. En 1526, cuando Francisco Pizarro y un grupo de españoles acamparon allí, el cronista de la época comparó por su crueldad y dureza, con la pena de muerte. Originalmente, el penal tenía capacidad para albergar a los 1000 presos más peligrosos de Colombia, aunque en ocasiones llegó a tener solo 100 internos. La Dirección General de Prisiones (DGP) y la Policía Nacional estuvieron a cargo de la gestión de la cárcel desde sus inicios.
El diseño físico del penal se inspiró en los campos de concentración nazi. Los guardias caminaban por pasarelas elevadas para vigilar a los presos. El complejo penitenciario constaba de tres patios, siendo el dos el más peligroso y hostil.
Luis Antonio López Cleves, el único preso que logró fugarse de Gorgona dos veces, recordó en Los Informantes su llegada en enero de 1977. Arribó a la isla en un barco carguero, después de un viaje muy difícil debido a la marea alta. Llegó lleno de miedo, con solo 23 años y una condena de 24 años por robo y homicidio, un crimen del que alegó inocencia desde el primer día.
La vida en el «infierno» de Gorgona
La vida en la prisión era descrita como muy triste. El clima era sofocante, con un calor tan fuerte que la ropa se pegaba a la piel por la humedad. Luis Antonio López recordó la constante amenaza de muerte que se vivía en el penal: «La cárcel de Gorgona era un infierno porque aquí no le avisaban ni lo iban a invitar a usted a pelear, cuando menos pensaba cuando usted sentía dos, tres puñaladas, eso asustaba a cualquier persona», recordó.
Las condiciones eran inhumanas. No había inodoros, y las necesidades se hacían en hoyos. Tampoco se permitían colchones, ya que “los internos encaletaban también la marihuana, los cuchillos tantas cosas,» por lo que los presos dormían sobre esterillas muy delgadas, a veces torturados por maderos desnivelados que servían de cama.
Dentro de la rigidez del penal, el trato de los policías contra los internos era «inhumano». Además, la mayoría de los policías que custodiaban la isla estaban allí por castigos, ya que habían cometido errores y eran enviados a pagar servicio allí en lugar de ser encarcelados. Aunque no se podía generalizar, las denuncias por maltratos y corrupción por parte de los custodios eran habituales.
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