Que el régimen critique y condene el Premio Nobel de la Paz otorgado a María Corina Machado se comprende, aunque sin justificación.
También se entiende, pero tampoco se justifica, la actitud de una jauría de ultraizquierdistas españoles y latinoamericanos a quienes les ha revuelto la bilis y provocado mal de rabia el premio concedido a la líder venezolana. La mayoría de estos odiadores e insultadores son los mismos que tachan de “fascista” a quien no piense como ellos, presumen de feministas (¿?) siendo tal vez misóginos incurables -algunos también han sido acusados como acosadores sexuales-, al mismo tiempo que dicen ser promotores de la paz y el amor (¡!). Lo que sí se sabe es que muchos de ellos cobran por tales servicios.
Pero que, desde algún sector que se autocalifica como opositor, se haya visto tanta mezquindad por ese merecido galardón para una luchadora democrática -que ella, por lo demás, ha compartido con sus compatriotas- no se puede comprender, y menos justificar de ninguna manera y bajo ningún respecto. Habría que estar poseídos por una conducta miserable y egoísta -tal vez corroídos también por la envidia- para asumir tal actitud ante la circunstancia auspiciosa de que una venezolana haya sido reconocida con el Premio Nobel de la Paz.
Tampoco se justifica la frialdad de algunos que actuando de forma “políticamente correcta” han optado por felicitar a Machado en un lenguaje diplomático y a veces criptográfico, que quiere parecer un cumplido sin llegar a serlo en realidad. Ya se sabe que en política no siempre se aceptan las virtudes del adversario y otras veces se obvian los reconocimientos debidos intentando una fórmula de ocasión que a muy pocos convence.
Menos se justifica la actitud de algunos medios locales de comunicación social que silenciaron absolutamente una noticia que estuvo en las primeras planas de casi todos periódicos del mundo y que abrió también los noticieros televisivos de casi todo el orbe. Aquí, en cambio, la censura y la autocensura omitieron el hecho importantísimo de que por primera vez una venezolana hubiera ganado el Premio Nobel de la Paz. Esto formará parte de la historia nacional de la infamia que algún día se escribirá.
Por cierto que hay que recalcar eso de que es la primera compatriota que obtiene este galardón. Por allí se ha dicho que antes hubo un venezolano (Baruj Benacerraf) que fue premiado con el Nobel de Medicina, lo cual es cierto. Como también es cierto que, aunque nació aquí, nunca se sintió uno de los nuestros. En alguna ocasión dijo que había nacido aquí “por accidente”. La verdad es que su vida transcurrió fundamentalmente en Francia y Estados Unidos, según declaraciones de su prima, la destacada cineasta venezolana Margot Benacerraf.
Hubo, ciertamente, en el pasado ilustres venezolanos que también fueron postulados al Premio Nobel, especialmente el de Literatura. Así, a principios de los años sesenta del siglo pasado, la Universidad de Los Andes candidateó al escritor y ex presidente Rómulo Gallegos, iniciativa que fue apoyada por otras universidades nacionales y del exterior, diversas instituciones académicas americanas, así como por escritores de la talla de Ernest Hemingway, premio Nobel de Literatura en 1954.
Gallegos nunca fue galardonado, ni falta le hizo, al igual que Jorge Luis Borges y otros escritores que tampoco lo necesitaron para convertirse en autores clásicos y universales. Más recientemente, el poeta, ensayista y profesor universitario venezolano Rafael Cadenas también fue postulado por distintas instituciones, sin resultados positivos, a pesar de que su portentosa obra literaria lo autorizaría sin duda alguna a alcanzar tan importante galardón. Ya en 2022 había obtenido el Premio Cervantes de Literatura, el más importante de la lengua castellana.
De modo que el hecho de que María Corina Machado haya sido galardonada con el Premio Nobel de la Paz constituye un hecho histórico, cuya importancia no se puede ocultar o esconder. Sería “pretender tapar el sol con un dedo”, según reza el sabio dicho popular.