A propósito de los 44 años del fallecimiento de Rómulo Betancourt (Nueva York, 28 de septiembre de 1981) y del complejo panorama actual del país, conviene insistir en una de las cualidades más resaltantes de aquel líder venezolano: su realismo político.
La primera muestra del realismo político de Betancourt se dio en su exilio inicial entre 1928 y 1936 cuando, siendo un joven veinteañero y luego de estudiar el marxismo, recorrer varias islas caribeñas formando parte de invasiones fracasadas, actuar como dirigente del Partido Comunista de Costa Rica y finalmente radicarse en Barranquilla, Colombia, tomó finalmente distancia desde el punto de vista ideológico y planteó la necesidad de un movimiento nacionalista y democrático en su país.
Así fue surgiendo el proyecto betancurista de un partido policlasista, “una alianza de clases”, que pudiera participar en la política nacional luego de la muerte de Gómez y plantearse la toma del poder como objetivo de mediano plazo. Y en ese propósito surgieron, a manera en ensayo, la Alianza Revolucionaria de Izquierda (ARDI), fundada a raíz del Plan de Barranquilla que el propio Betancourt escribió, y luego, ya en Venezuela, su incorporación a Organización Venezolana (ORVE), constituida por Mariano Picón Salas y Alberto Adriani, donde compartió una breve y extraña militancia con Arturo Uslar Pietri. Luego fundaría el Partido Democrático Nacional (PDN) y finalmente Acción Democrática en 1941.
Precisamente por su prematuro realismo político, tan temprano como en 1936 Betancourt estuvo en contra de la división de la Federación de Estudiantes de Venezuela (FEV), controlada por la izquierda marxista, que dio lugar al surgimiento de la Unión Nacional Estudiantil (UNE), liderizada por Rafael Caldera. En un artículo aparecido en esos días en el periódico El Heraldo, Betancourt reafirmaría su convicción de que aquel conflicto “a ratos más bien temo que venga a hacerle el juego a los enemigos de la democracia, por cuanto puede sembrar elementos de desintegración entre las organizaciones políticas que son su más firme apoyo”.
Otra muestra del realismo político de Betancourt fue su actuación a partir de 1941 cuando postuló la candidatura simbólica de Rómulo Gallegos, pues no tenía ninguna posibilidad de victoria por cuanto el presidente era designado por el Congreso Nacional, lo que aseguraba la victoria del general Isaías Medina Angarita. Pero Betancourt y su equipo aprovecharon la ocasión para recorrer el país haciendo campaña electoral a favor de Gallegos, aunque, en realidad, el objetivo principal era estructurar su partido a nivel nacional, legalizado luego en septiembre de 1941.
Como líder de AD se opuso al gobierno de Medina Angarita, sin dejar de coincidir con algunas de sus medidas, y participó en las elecciones municipales y en la selección que asambleas legislativas y cabildos hacían para nombrar senadores y diputados. Llegada la hora de escoger al sucesor de Medina Angarita, Betancourt contactó a quien todo indicaba que sería el candidato del gobierno, el embajador en Estados Unidos, Diógenes Escalante, para ofrecerle el apoyo de AD a cambio del compromiso de convocar elecciones de primer grado. Sin embargo, antes de que tales conversaciones tuvieran lugar en Washington, jóvenes militares se habían reunido con Betancourt para discutir la posibilidad de un golpe de Estado.
Con posterioridad, Betancourt siempre señaló que le advirtieron sobre tal posibilidad a Escalante y que, por esa misma razón, le ofrecieron respaldo si este cambiaba el rumbo electoral de los gobiernos anteriores. Ya se sabe lo que vino después: un colapso cerebral apartó a Escalante y el presidente Medina resolvió seguir adelante con otro candidato suyo, hasta que el 18 de octubre de 1945 fue derrocado. La sociedad entre Betancourt y los militares jóvenes había triunfado y aquel asumió como presidente de la Junta Cívico Militar de Gobierno.
En esos tres años de gobierno Betancourt volvió a desplegar su realismo político, no siempre apoyado por los dirigentes de AD, la mayoría poseídos por un sectarismo hegemónico y suicida que, al final, los llevaría al fracaso. En 1947 Betancourt cumplió el compromiso con una nueva candidatura presidencial de Gallegos, ahora efectiva y no simbólica. Pero por primera vez hizo caso omiso de su realismo político, pues los socios militares le habían advertido sobre la inconveniencia de la misma, algo que Betancourt rechazó. Electo Gallegos comenzaron las desavenencias y aunque Betancourt se dedicó a tender puentes, la intransigencia galleguiana frente los militares trajo facilitó el golpe de Estado en su contra en 1948.
En los casi diez años siguientes, en su tercer y último exilio, Betancourt analizó los errores pasados e hizo un auténtico acto de contrición ante los mismos. Tendió puentes con viejos adversarios como el ex presidente López Contreras, cuyo gobierno lo obligó a la clandestinidad por varios años y a un segundo exilio entre 1939 y 1941. Por supuesto que a mediados de los cincuenta, contactó a Jóvito Villalba (URD) y Rafael Caldera (Copei), adversarios entre 1946 y 1948.
Pero Betancourt fue aún mucho más allá al buscar un eventual contacto con el dictador Marcos Pérez Jiménez en los meses finales de 1957, cuando debían realizarse las elecciones presidenciales. Así lo señaló, casi treinta años después, el abogado tachirense Miguel Moreno –secretario de la Junta Militar que en 1948 derrocó a Gallegos y que presidió el coronel Carlos Delgado Chalbaud– en declaraciones aparecidas en El Diario de Caracas del 23 de enero de 1985. Con tal propósito, el líder adeco buscó a Moreno, presumiendo que podía ser una conexión con Pérez Jiménez. “Desafortunadamente no era así”, afirmó aquel. Agregó que Betancourt trató de enviarle una carta al dictador instándolo “al diálogo político, a que abriera un juego electoral sin exclusiones”. Al final, no se produjo tal contacto.
Lo que sí obtuvo resultados muy importantes fue la iniciativa que Betancourt, Villalba y Caldera concertaron a la caída de la dictadura en 1958, que incluía un acuerdo para integrar el próximo gobierno democrático, tal como efectivamente fue posible una vez electo el primero presidente en diciembre de aquel mismo año. Desde entonces y hasta el final de sus días, en otra nueva muestra del realismo político que lo había caracterizado casi siempre, Rómulo Betancourt hizo todo cuanto pudo para que aquel proyecto nacionalista y democrático pudiera concretarse en un ambiente de pluralismo ideológico y de respeto a las instituciones de la democracia y a la voluntad popular.