En Venezuela la Navidad ya no llega con diciembre, sino con decretos que deciden, de manera arbitraria, encender las luces en octubre. Resulta irónico y doloroso ver cómo se pretende adelantar la alegría del nacimiento de Cristo cuando la realidad cotidiana e inhumana se impone con crudeza y dista del mensaje de aquel niño en el pesebre.
¿De qué sirve una navidad por decreto cuando aún familias fracturadas por el exilio, otras por cientos de privados por temas políticos y un salario que no alcanza ni para una hallaca, así le sumes los bonos que quieras? El bolívar es una sombra de sí mismo perdiendo cada día la poca dignidad que le queda antes las cotizaciones de lo que antes era el dólar paralelo y el desatado “dólar criminal BCV”, impactando directamente en los sueldos que son insuficientes ante el precio, por solo citar solamente un ejemplo, de la carne.
El poder intenta disfrazar la miseria con adornos, encandilarnos para que no veamos la realidad con las luces brillantes, pero no hay árbol ni fuegos artificiales, menos cuando son lanzados sobre el sufrimiento y el dolor como burla, que oculten la ausencia de miles de hijos, padres y hermanos que celebran lejos de su tierra y los que no pueden hacerlo en la oscuridad. La Navidad no se adelanta por decreto: nace en la esperanza, en el reencuentro, en la dignidad de un pueblo que, pese a todo, se aferra a la vida.
Quizás la verdadera ironía está en que, mientras en Miraflores cantan aguinaldos en octubre, la mayoría de los venezolanos solo espera, con paciencia y cansancio, que algún día llegue una Navidad que no sea a medias, una farsa, sino completa y auténtica en verdadera paz.
Atentamente;
Fernando Pinilla / @fmpinilla