
El premio Nobel de la Paz concedido a María Corina Machado tiene una resonancia muy importante para Venezuela. No sólo por la entidad como tal de un Nobel, sino porque ejemplifica la tragedia nacional y la lucha infatigable de María Corina y tantos y tantos por la liberación del país, como es el caso de Edmundo González Urrutia.
Las tremendas dificultades para lograr llegar a Oslo –acaso en las mismas fechas en que le fue negada la salida de Maiquetía al Cardenal Porras y le fue retenido su pasaporte, ponen de relieve, aún más, la naturaleza despótica de la hegemonía ilegítima que sojuzga a la nación.
El discurso pronunciado por su hija Ana Corina fue impecable en su carácter democrático. Y el discurso de presidente del Comité Noruego del Nobel, Jorgen Watne Frydnes, fue una pieza de gran valentía y acierto en la defensa de los derechos de los venezolanos, incluyendo la petición de dimisión del señor Maduro.
En una nota personal, cuando se refirió a los venezolanos que se han negado a rendirse, destacó a Carlos, el poeta… Se trata del joven Carlos Emilio Egaña, escritor y luchador por la libertad de su patria, que desde Nueva York sobrevive junto a muchos en la entrega de sus energías por Venezuela.
El mensaje central de María Corina y sus seguidores, en Oslo y en cualquier parte, tiene mucha fuerza: la patria ya está invadida por un poder depredador, violento y represor, que se articula con estados y entidades de similar tenor, incluyendo la criminalidad organizada, como formalmente ha sido denunciado por jefes militares de largo poderío, como Carvajal y Alcalá.
La lucha por la liberación venezolana como imperativo constitucional, y por el rescate de la soberanía fundada en la voluntad popular, está teniendo un impulso merecido en el premio Nobel de la Paz concedido a María Corina Machado en nombre del pueblo. Por eso debe ser un premio poderoso.