El hombre que vendió su sombra, por Norberto José Olivar  
30 Sep 2025, 13:15 4 minutos de lectura

El hombre que vendió su sombra, por Norberto José Olivar  

Por La Patilla

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Hay libros que se abren a tantas interpretaciones que ni el más diestro de los lectores sería capaz de seguirlas. De esta raza es la alegoría de Adelbert von Chamisso, La maravillosa vida de Peter Schlemihl, escrita en 1814: un libro abrumador e infinito, muy a pesar de su tramposa sencillez.  

El caso es que Peter Schlemihl vende su sombra por una bolsa de oro inagotable al tenebroso Hombre Gris. Enseguida, todos a su alrededor la echan en falta: «¿Dónde ha dejado el señor su sombra?», pregunta un centinela, una anciana y quien lo ve pasar tan «desombrado» y triste.  

«La chiquillería callejera del arrabal empezó a criticar y a tirarme basura. Para quitármelos de encima, les arrojé oro y salté a un coche de alquiler», dice un Peter Schlemihl desesperado. Y, como la situación se vuelve inaguantable, procura no caminar más bajo el sol.  

La sombra puede representar la integridad moral, la identidad, la conexión con la realidad, entre muchas otras posibilidades. Quizá la interpretación más popular sea la del hombre dominado por la avaricia, capaz de perderse a sí mismo si fuera necesario. Recuerdo la historia de Acán, cuya codicia acarreó la derrota de Israel en la batalla de Hai: «Porque vi entre los despojos un manto babilónico y doscientos siclos de plata; lo cual codicié, y tomé». En el caso de Acán —quien desobedece un precepto divino—, es la avaricia de un saqueador la que domina. Peter Schlemihl, en cambio, busca su propio bienestar sin detenerse en las consecuencias íntimas de la transacción que emprende. Pero en ambos casos, la ambición (léase riqueza) es condenada. Y de esta condena moral se sostenían, en buena medida, las peroratas universitarias contra la riqueza —digamos ahora— «capital».  

Los marxistas esgrimían la idea clásica de que el modo de producción material condiciona la vida social, política y cultural: «No es la conciencia de los hombres lo que determina su existencia, sino que, por el contrario, su existencia social determina su conciencia». Esto es un argumento falso con apariencia de verdad. Y yo, que siempre contestaba con alguna cita, les hablaba con palabras de Peter Singer tomadas de Una izquierda darwiniana (1999), donde subraya que la izquierda no puede suprimir la «naturaleza humana» en ninguna forma de gobierno que imagine. Comparte la idea de que «una sociedad cooperativa está más acorde con los valores de la izquierda que una sociedad competitiva»; sin embargo, no puede eliminar las tendencias individuales a la búsqueda de riqueza, y asegura que, aunque la mayoría se siente más a gusto cooperando, tampoco es desestimable la competencia en formas más edificantes. Es cierto que el mismo Darwin advirtió que conviene no extraer deducciones morales de su obra; no obstante, Peter Singer navega estas aguas con precaución, como ciertos historiadores que imaginan desenlaces alternos a hechos dados y «comparan» con aquello que no fue.  

Adelbert von Chamisso, de origen francés exiliado en Alemania, proyecta en Schlemihl su propio sentimiento de desplazado. La sombra perdida puede verse como la patria que ha dejado atrás. Como sea, Peter Schlemihl encuentra la redención en la armonía con el mundo natural y lejos de la civilización desbocada.  

La maravillosa vida de Peter Schlemihl no es solo un cuento moral, sino un espejo deformante que refleja, según quien mire, los peligros de la codicia, la corrupción, el dolor del desarraigo y la utopía de escapar de nosotros mismos. 

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