Daniel Lozano: Jesús Silva, embajador impasible en el volcán venezolano
16 Oct 2025, 17:31 7 minutos de lectura

Daniel Lozano: Jesús Silva, embajador impasible en el volcán venezolano

Por La Patilla

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«Estas cosas no se ven en mi país», le confesó Fidel Castro a un joven español de su mismo tamaño, recién llegado a la carrera diplomática y encargado de asistir al barbudo de Sierra Maestra durante la II Cumbre Iberoamericana en la madrileña Casa de América. Dos grupos de manifestantes porfiaban aquel día de julio de 1992 en la Plaza de Cibeles. En un lado, exiliados cubanos que tenían ante sus narices al causante de sus desgracias; en el otro, veteranos comunistas españoles congregados por la embajada caribeña para mitigar la otra protesta.

Por elmundo.es

Testigo directo de aquel pulso revolucionario estuvo Jesús Silva, apenas 30 años entonces, cuyo destino décadas más tarde sería la Venezuela bajo el volcán, con la otra revolución latinoamericana en el poder y con sus aliados cubanos apostados en los centros neurálgicos. El libro con sus memorias, con pasajes inéditos y rocambolescos del surrealismo trágico chavista, se ha quedado a medio escribir por culpa del maldito infarto que le sorprendió el miércoles en su último destino, el Consulado General de la mexicana Guadalajara.

El torrente de agradecimientos póstumos que ha llenado las redes sociales venezolanas sólo mide un pedazo muy pequeño del diplomático que quiso a Venezuela (casi) tanto como a España. Silva parecía un embajador de otros tiempos, uno de esos que Graham Greene describía en El americano impasible.

Inteligente jugador del ajedrez político, oyente excepcional y analista que se adelantaba a lo que estaba por venir, Silva se convirtió en un diplomático de un récord que todavía no está en el Guinness. Las sanciones europeas contra Diosdado Cabello y otros jerarcas revolucionarios a comienzos de 2018 forzaron a Maduro a declararle persona non grata y expulsarle con urgencia de Caracas. El Palacio de Miraflores aceptó a regañadientes para no enfurecer al número dos de la revolución, pero la envergadura diplomática del embajador español convenció al propio Maduro para mover los hilos y buscar su regreso en apenas unos días. En abril volvió por la puerta grande, cuando la costumbre diplomática marca que sea un embajador nuevo quien sustituya al expulsado una vez resuelta la crisis entre gobiernos.

Así era Silva, capaz de abrir vías de negociación donde todo parecía perdido. A sus dotes diplomáticas sólo las superaba su bonhomía, que a la postre sabía conjugar siempre con el mejor interés para España y para los venezolanos. Silva extendió su manto protector más allá de lo políticamente correcto, tan grande como su corpachón. A este reportero le sacó de varios apuros, de esos que tan mal suelen acabar, sólo una mínima muestra de los riesgos que asumía como parte de su servicio.

La misma bonhomía que le llevó a premiar al poeta Rafael Cadenas con el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana cuando más lo necesitaba el maestro, asfixiado por la misma crisis que forzó la huida de nueve millones de venezolanos en medio del gigantesco fracaso revolucionario. Más tarde llegaría el merecido Premio Cervantes.

«Termino con una observación intempestiva: creo que los nacionalismos son abominables, traen odios, conflictos, guerras. Es preferible la amistad entre las naciones, por eso he evocado la que existe entre Venezuela y España, no sin recordarles a los que atacan a este país, que lo hacen en español», finalizó con sorna su discurso Cadenas para regocijo del embajador que le acompañaba.

Silva también pasará a la Historia por dar refugio al líder opositor Leopoldo López y a su familia, el asilo más importante en las legaciones diplomáticas españolas. Aquel 30 de abril de 2019, el embajador abrió las puertas de su residencia al prisionero político, liberado horas antes. Comenzaba entonces un pulso soterrado contra la Embajada y sus inquilinos, con los servicios de Inteligencia de Maduro repartidos en las inmediaciones y con los GEOs españoles apostados en la residencia. Algo que no gustaba en Madrid, que ya había comenzado su deriva en materia venezolana por obra y gracia de la influencia de Zapatero y los negocios de Víctor de Aldama y compañía.

«Supo manejar las presiones de la dictadura sin ceder un milímetro en sus principios», recordó López en el homenaje póstumo a su amigo.

Una de las anécdotas que Silva guardaba para su libro de memorias sucedió durante el cumpleaños de López en la residencia diplomática. El cumpleañero envió un trozo de tarta a los policías de Maduro apostados en el exterior y estos, agradecidos, pusieron en altavoz, a todo volumen, el «Ay que noche tan preciosa», la canción tradicional venezolana para ese festejo.

Ya en esos momentos los socios de gobierno del PSOE habían exigido la cabeza de Silva, en especial Enrique Santiago, líder del Partido Comunista de España (PCE), siempre genuflexo ante Caracas. Finalmente Silva abandonó Venezuela en octubre de 2020, tras tres años y medio de actividad frenética, que le parecieron dos décadas. El castigo gubernamental le esperaba meses después: el Consulado de Ciudad del Cabo, con apenas 1.700 residentes españoles, para un embajador en Panamá, Venezuela, Jamaica y que también fungió como director del gabinete del secretario de Estado para Iberoamérica.

En sólo tres años y medio, Silva convirtió la embajada en un punto de encuentro político. Por allí desfilaban el chavista Jorge Rodríguez y el general en jefe Vladimir Padrino López, tan preocupado por las aventuras universitarias de su hija en Madrid. Gobernadores con aspiraciones presidenciales, opositores honestas buscando la libertad para su país y los espabilados que sólo querían aprovecharse.

Y sobre todo los familiares de los presos políticos, muchos de los cuales han mantenido un cordón umbilical con su ángel protector español. Fue el propio Silva quien convenció a los políticos de Madrid y Bruselas para que incluyeran en la lista de sancionados europeos a Alexander Granko, coronel de la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM).

«Es uno de los torturadores más sanguinarios del chavismo, ese no se atreve a salir de Venezuela», aseguraba hace sólo unas semanas para desmentir los rumores de su presencia en España. Porque pese a estar en Sudáfrica o México, Silva jamás abandonó a Venezuela y a sus gentes.

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