César Pérez Vivas: el rostro bueno de la patria
15 Dec 2025, 10:15 7 minutos de lectura

César Pérez Vivas: el rostro bueno de la patria

Por La Patilla

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La entrega del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado, celebrada el pasado miércoles 10 de diciembre en la ciudad de Oslo, ha permitido mostrar al mundo el rostro verdadero de Venezuela: el de una nación decente, luchadora, honesta y profundamente democrática. El evento permitió, igualmente, dar a conocer a la opinión pública global, una vez más y con mayor profundidad, la magnitud de la tragedia que padecemos tras 26 años de régimen castro-chavista.

En efecto, el rostro de María Corina, y el de su hija al recibir el galardón y leer el discurso de su madre, revelaron la verdadera dimensión de una nación que resiste estoicamente la barbarie instalada en el poder. Una nación de gente buena, trabajadora, educada y valiente. Frente a la camarilla de holgazanes, violentos y criminales que ejercen arbitrariamente el poder, el mundo pudo apreciar también a una legión de venezolanos responsables y resilientes.

Esas cualidades adornan a la ganadora del Nobel y a su familia allí presente, pero también las encarna con igual dignidad Edmundo González Urrutia y su familia. Lo mismo puede decirse de los centenares de compatriotas que esperaron, hasta la madrugada del jueves 11 de diciembre, frente al hotel, la llegada de María Corina, luego de su accidentado y peligrosos viajes. En una ciudad de por sí fría, en pleno invierno, esa expresión de venezolanidad habla del amor a la patria y de la calidad humana de quienes un día se vieron forzados a dejar su tierra.

Pero quizá la mejor descripción de nuestro amor a la democracia, a la libertad, a la modernidad, al bienestar y a la justicia la ofreció el presidente del Comité Nobel, el Dr. Jørgen Watne Frydnes, al reconocer la cultura democrática forjada en el alma de la nación venezolana, que ha permitido resistir durante estos 26 años de la llamada “revolución” chavista, defendiendo la civilidad frente al arrollador proceso de instauración del militarismo y su deriva hacia el crimen organizado.

En su discurso expresó: En medio de esta oscuridad, hay venezolanos que se han negado a rendirse. Los que mantienen viva la llama de la democracia. Que nunca ceden, pese al enorme coste personal. Ellos nos recuerdan constantemente lo que está en juego”.

Estas palabras revelan la existencia de una cultura democrática en el seno de nuestra sociedad, que ha permitido preservar un numeroso y calificado núcleo de resistencia frente a la determinación de Hugo Chávez y su logia golpista de instaurar una dictadura.

Venezuela nació como República con la Declaración de Independencia del 5 de julio de 1811, y tuvo que afrontar una larga y cruenta guerra para hacer valer su determinación de existir como Estado independiente. Aquella guerra dejó profundas huellas en la cultura política de las generaciones posteriores, donde el caudillismo militarista prevaleció sobre las formas democráticas y liberales planteadas por los líderes civiles del primer Congreso Constituyente.

La sucesión de caudillos y dictadores marcó todo el siglo XIX. Fue tras la muerte del dictador Juan Vicente Gómez cuando se abrieron las alamedas del debate político y comenzaron los esfuerzos por consagrar el Estado de derecho. No fue sino hasta diciembre de 1947 cuando, por primera vez, se eligió mediante voto universal y secreto a un presidente de la República: el laureado escritor Don Rómulo Gallegos. Ese ensayo democrático fue frustrado por una nueva irrupción del militarismo, que dominó al país hasta el 23 de enero de 1958, cuando cayó la penúltima dictadura.

A partir de entonces se instauró la democracia. Como hemos señalado en otras ocasiones, aquella democracia no fue perfecta, pero fue democracia. Venezuela vivió el período más largo de su historia en paz y bienestar, en el que la civilidad, el desarrollo integral y el respeto a los derechos humanos predominaron en la vida sociopolítica del país.

Esos 40 años de democracia, con libertades, debate abierto, escuelas, universidades, partidos políticos institucionalizados, medios de comunicación libres, sindicatos y organizaciones de la sociedad civil, sembraron en el alma nacional los valores de la democracia, la ciudadanía y la libertad. Valores transmitidos desde los hogares a las nuevas generaciones, de donde han emergido millares de jóvenes comprometidos con la civilidad y la democracia.

Ese legado fue reconocido por Jørgen Watne Frydnes en su discurso de entrega del Premio Nobel. Y fue expresado con fuerza en el discurso de María Corina Machado, leído magistralmente por su hija Ana Corina Sosa Machado, reflejo fiel de esa reserva cultural: María Corina formada en plena vigencia de la democracia; su hija, forjada mayoritariamente en los años de la barbarie roja.

Al mostrar al mundo el rostro bueno de Venezuela, el evento de Oslo también permitió visibilizar con claridad la magnitud de nuestra tragedia. Aunque son ya largos los años de lucha y numerosos los venezolanos que han denunciado ante la humanidad la destrucción institucional, espiritual y material de la patria, el acto del pasado 10 de diciembre ha sido, sin duda, el de mayor impacto en la opinión pública mundial.

El impecable discurso de María Corina así lo demuestra, al tiempo que evidencia la existencia de una nación lista para asumir su reconstrucción en todos los órdenes. La entrega del Premio Nobel —ganado sin discusión por sus méritos— ha otorgado una legitimidad moral y política adicional a la lucha del pueblo venezolano por rescatar la democracia.

La comunidad internacional enfrenta hoy un desafío ineludible. No existe razón alguna para seguir otorgando tiempo al dictador y a su camarilla. Se han agotado todos los recursos que la política, la democracia y la ética ofrecen para este tipo de situaciones. Seguir hablando de “no intervención”, de “soberanía” o de “paz” frente a quienes representan —en palabras del Vaticano— “la oscuridad y la muerte”; frente a quienes han declarado y aplicado la guerra a sus propios conciudadanos; frente a quienes han utilizado las riquezas de Venezuela para inmiscuirse en la política continental y convertir nuestro territorio en refugio de grupos terroristas y criminales, constituye ya una forma de complicidad con la entidad criminal que usurpa el poder en el país.

Hoy el mundo tiene una imagen más nítida de la existencia de una Venezuela moderna, civilizada, honrada, valiente y capaz de gerenciar su futuro. Ese fue el rostro que se percibió en la humanidad de María Corina Machado y su hija.

Lunes 25 de diciembre del 2025

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