![]()
El siglo XXI tiene su propio Monroe.
Y su prueba de fuego se llama Venezuela
La historia de la política exterior estadounidense siempre regresa, de una manera u otra, a la pregunta esencial: ¿qué significa seguridad en su propio vecindario? Durante décadas, la respuesta fue complaciente. América Latina parecía estable, el Caribe predecible y la Doctrina Monroe una reliquia de otro siglo. Pero la erosión progresiva de instituciones democráticas en Venezuela, el avance silencioso de potencias extranjeras y la proliferación de redes criminales transnacionales han devuelto al Hemisferio Occidental a la primera línea de la estrategia estadounidense.
La nueva Estrategia de Seguridad Nacional del presidente Trump —la NSS 2025, exigida por ley y encargada de definir los intereses vitales de Estados Unidos las amenazas prioritarias y las directrices de acción en los planos militar, económico y tecnológico— lo afirma sin ambigüedades: la estabilidad del Hemisferio Occidental dejó de ser un objetivo diplomático opcional y pasó a ser un requisito indispensable para la seguridad nacional estadounidense. Y en el núcleo de ese hemisferio, agitando el mapa político como un huracán que reconfigura costas, se encuentra Venezuela.
Venezuela ya no es un Estado fallido: es un nodo geopolítico disputado
Durante años, se describió la crisis venezolana como un colapso económico producto de la mala gestión. Esa lectura, aunque cierta, es hoy insuficiente. Venezuela se ha convertido en algo mucho más preocupante para Washington: un espacio estratégico ocupado por redes criminales y potencias extrahemisféricas que buscan alterar los equilibrios regionales.
El país ofrece tres elementos que, combinados, lo hacen singularmente peligroso:
1.? ?Un régimen que actúa como intermediario entre actores externos hostiles —China, Rusia e Irán— y el territorio continental americano.
2.? ?Redes narcocriminales con capacidad logística transnacional, responsables de rutas hacia el Caribe, Centroamérica y Estados Unidos.
3.? ?Una diáspora de más de 9 millones de personas, una de las migraciones más grandes de la historia moderna del hemisferio, que ya está transformando sistemas políticos y sociales en todo el continente.
Para los estrategas estadounidenses, Venezuela ya no puede verse como un problema humanitario, sino como un problema estructural de seguridad.
El Caribe: una región pequeña que se ha vuelto inmensa
El nuevo documento estratégico estadounidense revela un mensaje que los diplomáticos atentos entenderán inmediatamente: el Caribe es ahora un espacio de competencia geopolítica mayor.
¿Por qué?
Porque es allí donde se cruzan las rutas marítimas más sensibles, las plataformas petroleras emergentes (como las de Guyana), los cables de fibra óptica que sostienen la economía digital y las líneas de suministro que conectan América del Sur, Centroamérica y la costa este de Estados Unidos.
Estados Unidos está enviando una señal clara: cualquier presencia militar o tecnológica de una potencia extrahemisférica en el Caribe será tratada como una amenaza directa.
Esto no es retórica. Es doctrina.
Y Venezuela, con sus acuerdos portuarios, petroleros y tecnológicos con China, Rusia e Irán, se encuentra en el centro del área de alerta.
Visto desde Washington: el problema no es solo Maduro
Quienes diseñan la política exterior estadounidense saben que los líderes cambian, pero las estructuras permanecen. El verdadero riesgo no es solo el autoritarismo de Nicolás Maduro, sino la institucionalización de un ecosistema criminal que mezcla Estado, Fuerzas Armadas y redes ilícitas transnacionales.
Ese ecosistema ha demostrado una resiliencia extraordinaria:
?financia su estabilidad con oro ilícito, cocaína y contrabando;
se sostiene con apoyo tecnológico chino;
se protege con inteligencia rusa;
y opera rutas opacas con asistencia iraní.
El Estado venezolano funciona hoy como una plataforma de servicios estratégicos para actores hostiles a la seguridad estadounidense.
La pregunta, por tanto, no es si Estados Unidos debe actuar. La pregunta es cómo.
La respuesta estadounidense: consolidar, expandir y reequilibrar
La nueva estrategia define tres líneas fundamentales:
1.? ?Consolidar un bloque estratégico con los socios del hemisferio
Colombia, Guyana, Brasil y las islas del Caribe serán llamados a un rol más activo. Ya no basta con cooperación técnica:
se requiere control fronterizo coordinado,
?patrullaje marítimo conjunto,
y capacidad para cerrar rutas criminales.
2.? ?Expandir la influencia norteamericana hacia países indecisos
El Caribe anglófono, tradicionalmente neutral, es ahora un espacio de disputa por infraestructura portuaria, telecomunicaciones y energía. Estados Unidos quiere consolidar su presencia antes de que China profundice la suya.
3.? ?Reequilibrar la presencia militar en el hemisferio
Esto no implica invasiones ni aventuras imprudentes, sino una reconfiguración del poder naval y aéreo en el Caribe, respaldada por capacidades de inteligencia y operaciones especiales.
El mensaje es inequívoco:
Estados Unidos no permitirá que Occidente siga siendo un tablero donde potencias extrahemisféricas definan las reglas.
La transición venezolana como imperativo estratégico
No se necesita decirlo explícitamente para comprender que Washington considera la estabilidad de Venezuela esencial para cualquier diseño hemisférico futuro. Una transición democrática no es solo un ideal; es una herramienta geopolítica.
Una Venezuela reinsertada en la institucionalidad occidental:
bloquea la expansión china en puertos y telecomunicaciones;
?elimina una plataforma de operaciones rusas;
corta rutas de financiamiento iraní;
?y reconstruye un actor energético clave para el hemisferio.
Venezuela, en este sentido, no es una causa perdida. Es un premio estratégico.
El desafío para Estados Unidos
El poder norteamericano ha sido históricamente más eficaz cuando combina fuerza, diplomacia y visión estratégica. La nueva doctrina del hemisferio no debe repetirse como un mantra, sino aplicarse con paciencia, claridad y sentido de propósito.
La restauración de la influencia estadounidense en la región no depende solo de disuadir a actores adversarios; depende también de demostrar que Estados Unidos es el socio más confiable, el más innovador y el más comprometido con el desarrollo de sus vecinos.
El Caribe y Venezuela no deben ser vistos únicamente como problemas a contener, sino como regiones cuya prosperidad futura puede contribuir a la estabilidad y seguridad de todo el continente.
Conclusión: el futuro del hemisferio depende de Venezuela
En la nueva competencia global, las fronteras vuelven a importar. Los mares vuelven a importar. Las alianzas vuelven a importar.
Y en este reordenamiento, Venezuela —con su ubicación estratégica, sus recursos energéticos y su rol en las redes criminales y geopolíticas del siglo XXI— ha regresado al centro de la ecuación.
La seguridad del Hemisferio Occidental, y con ella la seguridad de Estados Unidos, dependerá de cómo se gestione este punto de inflexión.
A veces, en política exterior, el mapa habla por sí solo.
Y hoy, el mapa vuelve a señalar a Venezuela.
Antonio de la Cruz
Director de Inter American Trends