Alfonzo Bolívar: La nueva geopolítica de la tierra
05 Nov 2025, 12:41 4 minutos de lectura

Alfonzo Bolívar: La nueva geopolítica de la tierra

DESTACADA Por La Patilla

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En el corazón de la agricultura mundial late una paradoja silenciosa que define, con crudeza, el siglo XXI: la mayoría cultiva sin tierra, mientras una minoría posee la tierra sin cultivarla.

Según la FAO, el 85 % de las explotaciones agrícolas del planeta no supera las dos hectáreas, pero solo controlan el 9 % de la superficie cultivable. En cambio, el 0,1 % de las explotaciones más grandes domina casi la mitad de las tierras agrícolas del mundo.

Esta brecha es mucho más que un dato técnico: es la expresión de una desigualdad estructural que condiciona la producción, la sostenibilidad ambiental y la justicia social.

Poder concentrado, dependencia global

El dominio de grandes corporaciones agroindustriales sobre la tierra ha transformado la agricultura en un escenario de poder estratégico. Quien controla la tierra, controla el agua, las semillas, los alimentos y, por extensión, la estabilidad de las naciones.

Esta concentración convierte los alimentos en instrumentos de influencia geopolítica, mientras las comunidades rurales —que alguna vez fueron el corazón productivo de las economías locales— quedan relegadas a una subsistencia precaria, dependientes de insumos, créditos y precios dictados desde los mercados globales.

La paradoja de la productividad

El informe de la FAO revela una ironía dolorosa: los pequeños productores, con recursos mínimos, generan hasta el 60 % de los alimentos locales en los países de ingresos bajos y medianos.

Son los guardianes silenciosos de la seguridad alimentaria y la diversidad agrícola. Sin embargo, carecen del acceso al crédito, la tecnología y la tierra que les permitiría salir de la pobreza.

En ellos recae la tarea más noble y más dura: alimentar al mundo desde suelos cada vez más agotados.

La responsabilidad ambiental no se distribuye por igual

El texto advierte que la desigualdad en la tierra es también desigualdad en la responsabilidad ecológica.

Las grandes explotaciones, con capacidad tecnológica y financiera, compensan los efectos de la degradación mediante el uso intensivo de insumos. Pero esa compensación es engañosa: mantiene la productividad a corto plazo al costo de contaminar aguas, erosionar suelos y agotar los ecosistemas.

En cambio, los pequeños agricultores —que apenas impactan el medio ambiente— son los primeros en sufrir las sequías, la pérdida de fertilidad y los efectos del cambio climático.

El resultado es una asimetría ambiental global: quienes más destruyen, más protecciones tienen; quienes más conservan, más vulnerables se vuelven.

La tierra como espejo de la historia

La desigualdad en la propiedad de la tierra no es nueva. Es el eco de siglos de colonialismo, concentración de poder y exclusión social. En muchas regiones del sur global, la tierra sigue siendo el eje de conflictos silenciosos entre pueblos originarios, élites económicas y corporaciones transnacionales.

La propiedad de la tierra determina no solo la producción agrícola, sino también la libertad, la estabilidad y la dignidad de las comunidades rurales. Sin acceso a ella, no hay desarrollo sostenible posible.

Hacia una nueva ética de la producción

El desafío no consiste únicamente en producir más, sino en producir con equidad y respeto por la naturaleza.

La FAO propone un cambio de paradigma: transformar la agricultura de un motor de degradación a un motor de restauración. Esto exige reformas de tenencia, inversión pública, tecnología accesible y políticas que integren sostenibilidad, justicia y rentabilidad.

El futuro agrícola dependerá menos del tamaño de las fincas y más de la inteligencia con la que se gestionen los recursos. Solo así podrá alcanzarse el equilibrio entre el capital y la tierra, entre la productividad y la vida.

La nueva geopolítica de la tierra no se mide solo en hectáreas, sino en conciencia.

El siglo XXI nos obliga a replantear el valor de la agricultura: no como una industria extractiva, sino como una alianza entre el ser humano y la tierra que lo sostiene.

La verdadera soberanía alimentaria no se construye desde los monopolios, sino desde la justicia y la corresponsabilidad.

El futuro de la humanidad no se juega en las bolsas de valores, sino en la fertilidad silenciosa del suelo.

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